Petit hommage a Martín Adán (1908-1985)
Hoy, 29 de enero, el poeta peruano a 30 años de su muerte
29, ya casi al fin. Acaba enero, sigue el verano y tú Martín, o Rafael (como quieras que te llamen), sigues al pie, ¿de la lucha?, ¿del silencio? Tu silencio Martín, prolongado y exhausto, al final de tus días. Rodeado de lluvia, de pájaros que cantan tu adiós, desesperado adiós, un martes 29 de enero. Tu corazón agitado, cansado ya de la espera, de la esperanza, famélico ya de dioses, de falsos amores y sólo ungido por la poesía. Por tu andar. Bajo las sombras de Barranco. Bajo un poco de sol, sobre un poco de cemento. Inútil el tiempo y la melancolía que sostiene tu brazo en alto exigiendo, al borde del delirio, la última palabra. Que no perturben más a Rafael con las cosas de Martín. Pero yo te recuerdo por tu tristeza y tu zapato. Te recuerdo Martín, por el duro hartazgo de tu ser humano. Y toda tu vida fue como una ola, inmensa ola, que avanza sobre el papel hasta desbordarnos y luego se retira, del mundo, de nuestras infinitudes y tragedias, se retira dejándolo todo devastado, derruido pero, a la vez, intacto.
Existió un tiempo Martín, un tiempo caduco y vacío. Un tiempo no hallado, entre tu voz y tu mano, en que el único peligro fue volver.
Escrito a ciegas
(fragmento)
(...) ¿Quieres tú saber de mi vida?
Yo sólo sé de mi paso,
De mi peso,
De mi tristeza y de mi zapato.
¿Por qué preguntas quién soy,
Adónde voy?... Porque sabes harto
Lo del Poeta, el duro
Y sensible volumen de ser mi humano,
Que es un cuerpo y vocación,
Sin embargo.
Si nací, lo recuerda el Año
Aquel de quien no me acuerdo,
Porque vivo, porque me mato.
Mi Ángel no el de la Guarda.
Mi Ángel es del Hartazgo y Retazo,
Que me lleva sin término,
Tropezando, siempre tropezando,
En esta sombra deslumbrante
Que es la Vida, y su engaño y su encanto.
Cuando lo sepas todo...
Cuando sepas no preguntar...
Cuando no sepas no saber nada
Sino roerte la uña de mortal,
Entonces te diré mi vida,
Que no es más que una palabra de más...
La toda tuya vida es como cada ola:
Saber matar,
Saber morir,
Y no saber retener su caudal,
Y no saber discurrir y volver a su principio,
Y no saber contenerse en su afán...
Si quieres saber de mi vida,
Vete a mirar al Mar.
(...)
Poemas Underwood
(fragmento)
(...) Y tú eres un hombre feliz, quizá el único hombre feliz.
Tienes camisa y no tienes grandes pensamientos de ninguna clase.
Ahora siento cólera contra los acusadores y los consoladores.
Spengler es un tío asmático, y Pirandello es un viejo estúpido, casi un personaje suyo.
Pero no he de enfurecerme por pequeñeces.
Mil cosas han hecho los hombres peores que sus culturas: Las novelas de Víctor Hugo, la democracia, la instrucción primaria, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera.
Pero los hombres se empeñan en amarse los unos a los otros.
Y, como no lo consiguen, acaban por odiarse.
Porque no quieren creer que todo es irremediable.
La polis griega sospecho que fue un lupanar al que había que ir con revólver.
Y los griegos, a pesar de su cultura, fueron hombres felices.
Yo no he pecado mucho, pero ya sé de estas cosas.
Bertoldo diría estas cosas mejor, pero Bertoldo no las diría nunca. El no se mete en honduras -y está viejo, quiere paz y hasta apoya a los moderados.
El mundo no está precisamente loco, pero sí demasiado decente. No hay manera de hacerle hablar cuando está borracho. Cuando no lo está abomina de la borrachera o ama a su prójimo.
Pero yo no sé sinceramente qué es el mundo ni qué son los hombres.
Sólo sé que debo ser justo y honrado y amar a mi prójimo.
Y amo a los mil hombres que hay en mí, que nacen y mueren a cada instante y no viven nada.
He aquí mis prójimos.
La justicia es unas estatuas feas en las plazas de las ciudades.
Ninguna de ellas me gusta ni poco ni mucho -no son diosas ni mujeres.
Yo amo la justicia de las mujeres sin túnica y sin divinidad.
En punto a honradez, no soy de los peores.
Como mi pan a solas, sin dar envidia a mi prójimo.
Nací en una ciudad, y no sé ver el campo.
Me he ahorrado el pecado de desear que fuera mío.
En cambio deseo el cielo.
Casi soy un hombre virtuoso, casi un místico.
Me gustan los colores del cielo porque es seguro que no son tintes alemanes.
Me gusta andar por las calles algo perro, algo máquina, casi nada hombre.
No estoy muy convencido de mi humanidad; no quiero ser como los otros. No quiero ser feliz con permiso de la policía.
(...)
Urbanismo
Extramuros; meaban tufillos de ganado;
el sol, viudo, fregábase la marmita de cobre,
y un ficus malarioso, paupérrimo, baldado,
ingería la purga de un regato salobre.
Ketty; sus ojos agros ya se han urbanizado;
Ketty, yanquis elevan hierro y cemento sobre
sus pupilas palustres; postrero parvo prado
de la corbata verde de algún amigo pobre...
En seda vegetal salvo el color extenso
que ingenieros albinos, mascando chicle, a tenso
cordel y teodolito, van hurtando a mi pena:
-Viento agudo mondaba la tarde, que era una
manzana madurísima, y el plato de la luna
colmábase de tiras de cáscaras morenas...
Hotel
En un sabor romántico de naranja de enero,
en un dulzor de valse ácido todavía,
en el cesto de mimbre del verano frutero,
en yerbas de artificio, en pelusas de día...
-Gran hotel en arena. -Salmones sin dinero
exigen en los bares su trago de alegría.
Precipitadamente, registro del lucero.
Venus, aventurera, se da a la policía.
-El peligro venéreo de la estrella madama
en aderezos falsos, en quimono, en la cama...
-Dos quepís se la llevan de las manos, sonoras.
Cucharillas de plomo frustran la luz perfecta,
la Suzanne de a mi lado se pone azul, abyecta,
y anclan en mi jarabe las barcas pescadoras.
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