#ElPerúQueQueremos

«El Perú es un país en el cual la verdad tiene un desplazamiento subterráneo»

Una entrevista al poeta peruano Maurizio Medo, autor, entre otros de "Manicomio" y "Homeless´s Hotel".

Publicado: 2014-11-01

                                                 Por: Andrés Villalba Becdach

                                                 Crédito de la fotografía: Vanessa Martínez R.


«Personaje incómodo para el mundillo literario peruano», como declaró alguna vez Fernando Escobar Páez, «desclasificado» ante la dictadura del canon, según Héctor Hernández Montecinos, polémico e inclasificable, Maurizio Medo, autor de un libro como Manicomio que, de acuerdo con Raúl Zurita, «representa una de las mayores conquistas de la poesía en nuestro idioma» nos explica sobre la tarea a la que parece haberse consagrado: rehacer el puente y cruzar las aguas «hasta hacer hablar las hablas no habladas» a través de una apuesta que cuestiona a los géneros.

—Creo que nunca tuve la talla ideal para ser poeta—dice— al menos no para ser uno tradicional y, conforme ha transcurrido el tiempo, ese es un traje que no me sienta bien, no para lo que pretendo lograr con la escritura. Ese paradigma –el de poeta- lo podría encarnar magníficamente Zurita. No creo que en mi país, salvo Juan Ramírez Ruiz o tal vez Luchito Hernández, en los últimos años haya aparecido alguien que pueda ser considerado así. No estoy hablando de talento, sí de una especie de condición, y de una convicción, casi de un registro existencial como el de un dodo que extinto sigue vivo.

En Cisneros el poeta convivió junto con el cronista, influían entre sí todo el tiempo. El caso de Hinostroza es uno muy parecido.

Hace poco entrevistaron a Diego Maquieira en la presentación de su proyecto de arte El Annapurna en la XXX Bienal de Sao Paulo, y él decía algo con lo que me identifico plenamente: «compositor». Hace unas semanas me pidieron prepare mi obra reunida para una editorial muy importante en el ámbito hispanoamericano, ¿sabes qué pasó? encontré que buena parte de los trabajos que realicé, fundamentalmente entre 1988 y el 2002, ya no tenían cabida en lo que compongo, los dejé fuera. Me gusta creerme un compositor, no uno clásico, Maquieira hablaba de Stravinski, yo te diría Reed o Waits, aunque mi obra esté más cercana al cine. Me ilusiono al CREER que, en lugar de simplemente escribir, construyo algo con los desechos que nos legó la humanidad (materiales fílmicos, sonoros, fotográficos…), y que esto es un testimonio. La escritura como composición es para mí el único espacio de legitimidad, sin ambages ni concesiones de ninguna clase. Solo allí puedo hacer expresar mi identidad, una que construyo conforme escribo y que, quién sabe por qué, debió desarrollarse, y se desarrolla, «entre» mundos, culturas y tradiciones paralelas, las mismas que coexisten normalmente enfrentadas.


ORÍGENES. ¿Cómo nace tu interés por la poesía? ¿Lo tienes definido?
En mi familia existían personajes muy singulares, podrían haber actuado en un filme de Kusturica o en un experimento de Fellini. No solo Onorio (Ferrero), mi abuelo, estaba el tío Enrique quien, según me comentaron, fue compañero de parranda de Abraham Valdelomar. Incluso mi padre, un poeta inédito y que frecuentaba al grupo del poeta Cisneros, fue un ser atípico. Mi mamá fue amiga y confidente de Luis Hernández y en mi casa, ubicada en el barrio de Santa Beatriz, desde muy niño veía aparecer a Javier Heraud y Javier Sologuren, Armando Zubizarreta y Luis Loayza, quienes llegaban para conversar con mi abuelo. Sin embargo, nadie, ni él, papá ni mamá, hablaron conmigo de poesía, ¿miedo? No creo. El hecho es que un día, en un paseo familiar, yo tendría unos 10 años, se dio ese momento aterrador en donde los adultos preguntan: «qué harás cuando seas grande». Yo quería un futuro, cómo no, pero no quería dejar la niñez, este era un lugar seguro, mágico. Cuando me tocó el turno de responder, sin dudarlo, no sé por qué extraña razón, dije: «poeta». Desde allí esta palabra no me hace mucha gracia, incluso me angustia.
Pero dices que en casa no te hablaban de poesía.
Y no, por eso fue extraño, ¿«poeta»?, ¿qué puede pensar sobre esto un niño de unos 10 años? Ojo, no creo que haya sido una epifanía: en ese entonces yo creía que las Sagradas Escrituras –y eso sí fue por influencia de mi abuelo Onorio, la misma que yo pervertí- fueron escritas por Dante.
¿Habías leído poesía?
Tuve que hacerlo. La tarde en la que dije «poeta» la cagué. Entonces comencé a leer poesía, ¿qué leía?, no lo recuerdo con exactitud. Sí que me gustó, eso lo tengo muy vívido, Poesía en forma de pájaro, de Eielson tanto como me aterró ese verso de Pavese: vendrá la muerte y tendrá tus ojos –no puedes imaginar las pesadillas en las que zozobraba por las imágenes que se me presentaban al servir la mesa al insomnio.
¿Y empezaste a escribir poesía?
A plagiarla, te hablaba sobre la presión que experimentaba debido a mi «compromiso público», el de ser poeta... Pero lo que empecé a escribir fueron cartas. Hay un hecho anecdótico: hace unos años en Cusco me encontré con el poeta limeño José Luis Falconí. El Perry había llegado con unos estudiantes de Harvard y me comentó que fue por esas cartas, yo se las escribía a Paola, su prima, que empezó a interesarse por la poesía.
¿Y en el colegio?
En mi época en el colegio la diferencia entre ser poeta y ser marica era mínima. Dibujaba, escribía y codirigía un periódico (creo que se llamaba El tiburón) con Santiago Forns y no recuerdo cómo terminé escribiendo un guion de teatro. La obra se representó en el Sophianum, un colegio de chicas, yo estudié en un colegio de varones, pero las hormonas en la adolescencia son capaces de convertirnos en un escritor todoterreno, lo fui pero luego ya no seguí con ello, recuerda que mi conflicto estribaba en saber cómo carajos sería poeta y en circunstancias adversas, ¿no?
Algo de ello comentaste en El arribaje

Sí, como escribo ahí, crecí en una casa en la que se hablaba español, se gritaba en italiano y se insultaba en croata.


--> Leer: El arribaje, en Letras5. 
¿Crees que esto marcó de algún modo tu lenguaje?

Totalmente, quien llega a un lugar nunca termina de despedirse de la lengua que oyó en el puerto al momento del adiós, pero yo no me había despedido de ninguna. Más bien fui saludado por el sonido de una babel en el que las lenguas se yuxtaponían con diversas cargas simbólicas. No era propio (del lugar) ni ajeno (al mismo), me convertí en su intérprete para poder hablar conmigo mismo. Por ello mi lenguaje, sobre todo en el primer lustro de los 2000, aparece lleno de modismos, muchos de ellos gratuitos. Esto lo fui depurando. Empecé a descubrir un idioma que, tal vez, no existía, pero que recogía todos esos niveles de significación simbólica con los que había crecido. Claro, en un principio no me atrevía a plasmarlos, «¿y el lector- pensaba- qué podrá entender de todo ese zafarrancho?».  

Pero cuando leí a Parra, ¿recuerdas el poema?:

¿Mis zapatos parecen ataúdes?

Sepan que desde hoy en adelante

Los zapatos se llaman ataúdes.

Comuníquese, anótese y publíquese

Que los zapatos han cambiado de nombre:

Desde ahora se llaman ataúdes.

Bueno, la noche es larga

Todo poeta que se estime a sí mismo

Debe tener su propio diccionario

Y antes que se me olvide

Al propio dios hay que cambiarle nombre

Que cada cual lo llame como quiera:

Ese es un problema personal.

Claro, Cambio de nombres.
Así es. Fue un alivio. Recién, de Manicomio en adelante, aposté por ello hasta descubrir que todo se había condensado. Mi idioma era el de un apátrida e incluso no cabía en un «poema», tuve que buscar algo semejante a los poemas de serie de Jack Spicer, o las minióperas "A Quick One, While He’s Away" y "Rael" de los Who, es decir, construcciones que se fragmentan por la combinación de materiales, en el caso de la escritura, fonéticos y lingüísticos, y que son capaces de describir la inconexa manera en que una cosa sigue a otra, en ese continuo estado de flujo que es la lengua cotidiana, pero que se recombinan a través de una serie de algoritmos diferentes hasta describir un universo que sobrevive, aunque cada vez de un modo más disperso.
¿A través de una descomposición de la realidad?
No, más bien a través de un proceso continuo de acumulación, y libre de cualquier demanda épica.
¿Crees que Eduardo Milán acierta cuando señala que tu poesía es un rehacer el puente para hablar las hablas no habladas?
…en el fin de la épica. Mira Eduardo Milán es de los pocos que conoce a cabalidad mi obra y cualquier cosa que pueda decir sobre la misma siempre tendrá un fundamento.
Milán destacó tu defensa sobre lo que la gente no muy interiorizada, como dice, con la poesía podía considerar como lo ininteligible.
Es la defensa de la libertad, la poesía es libre o no será. Piensa en la aventura, se me ocurre una entre tantas, de Andreas Justinus Kerner. Lo que defiendo es el derecho –sino es un deber– de la poesía a ser desobediente.
En determinado momento se habló mucho sobre tu sintonía con el neobarroco, ¿qué decir al respecto?

Tú lo has dicho, se habló mucho, demasiado, ¿para qué hablar más? Mejor hablemos de otras cosas, ¿te gusta el punk británico? A mí sí, mucho, pero, fuera de los Sex Pistols, ¿podemos hablar de algún grupo que pertenezca estrictamente al punk británico, podríamos hablar de esta vertiente del punk sin relacionarla con su evolución musical hasta cuajar en las diversas manifestaciones del postpunk? Creo que no.  

Los autores propiamente neobarrocos –entendidos como un proyecto, el proyecto planteado por Néstor Perlongher– no son muchos y esta propuesta creo que se valora en toda su dimensión (como ocurre con el punk británico y el postpunk) a través de sus músicas derivadas puesto que en sí mismo esto fue solo una emergencia.

Leí, me interesó el neobarroco como una conducta frente a un discurso modal, el conversacional, pero, creo, y en eso estaremos de acuerdo, que no lo podemos asumir como «en vigencia», sería, necio, estúpido o muy, muy reaccionario. Por eso te hablaba del punk británico. Creo que alcanza su mayor brío cuando ya no hay punk británico, es decir a través de Joy Division, de Bauhauss de Jesus and Mary Chain… La manifestación se valora no desde su origen sino, más bien, desde lo que fue capaz de provocar o producir.

Parte de mi generación puede manejar aún algunos registros de estirpe neobarroca (y otros quieren «matarlo», un absurdo histórico, ¿no?) pero esto se maneja al lado, siempre al lado, de otras variables de discurso y no creo que el neobarroco (ni el objetivismo o lo conversacional) haya llegado a nosotros como legado de algo, de nadie, de nada…

¿Y qué crees que busca un lector?
El lector que se enfrenta a un poema lo hace desde una convicción inicial: no esperar de él lo que podrá encontrar en la realidad, aunque poema y realidad no constituyan «niveles» de significación divorciados, unidos invitan al riesgo.
¿Y encuentras ese riesgo en la poesía peruana?
Excepcionalmente.
Antes de continuar quisiera me cuentes cómo descubres la existencia de otros poetas y, por lo tanto, que serlo era algo posible.

El primer poeta que conocí –yo tenía 13 años– fue Juan Gonzalo Rose (fue en el bar OVNI, frente a Residencial San Felipe) y, cuatro años después, a Martín Adán (en el SEM, en la avenida Brasil) Martín Adán fue para mí una presencia mágica e inesperada. Luego, a través de Sologuren, pude conocer a otros como Eielson, Blanca Varela, a mi querido amigo Carlos Germán Belli y alguien con quien tuve la fortuna de compartir mucho como Emilio Adolfo Westphalen. Pero todo esto significó mucho y, al mismo tiempo nada. Todos eran tan diferentes unos de otros que recién comprendí que ser poeta era algo posible cuando conocí a uno de mis más viejos amigos: Jorge Frisancho. Jorge para mí fue la evidencia y la conciencia inicial de que existía el «otro». Fue, es fundamental, en mi historia.  

Ya, posteriormente, a través de María TTa, me acerqué a Santiváñez y Mazzotti. Pero mi cómputo era diferente al de ellos. Descubrí que más que un «poeta de biblioteca» yo era uno de discoteca. Recuerdo una declaración que hice en el año 92 en la cual señalaba que REM me conmovía más que Vallejo, ¿ya te podrás imaginar la reacción, no? Y en el año 96, cuando en Lima no se oía absolutamente nada de reescrituras –la dictadura nos tenía aislados del resto de países y el Perú era un gueto, bueno todavía queda algo de eso– publiqué un libro con intervenciones de textos de Bowie, Morrisey, Peter Murphy –fue comprendido en su real dimensión solo por dos personas, y eso hay que reconocerlo: Ljudevir Hlavnikov y César Gutiérrez. Se llamaba Caos de corazones. No se le nota, pero está, sobrevive a través de una serie de procedimientos que fui desplazando en lo que escribo hoy. Pero, ojo, estamos hablando de textos que quedaron fuera, pero importantes como experimentaciones.

¿Y sientes que con esta idea del poema serial la has podido realizar de acuerdo a lo que planeaste?
En Manicomio y en Dime Novel.
Manicomio podría representar la destrucción del lenguaje, «el horror transformado en belleza», señala el crítico español José María De Romero. ¿Y Dime novel?
Dime novel es mi interpretación parcial a través de una novela gráfica, escrita en español, inglés y yiddish, sobre el mito del judío errante. Los idiomas fluyen en ríos paralelos.
¿Y por qué estos idiomas si son ajenos a tus raíces (italianas y croatas)?
Nunca discutas con las exigencias que te plantean tus propios personajes.
¿Y cómo haces con el yiddish?

Gracias a la colaboración de un rabino de Brooklyn.


UN DESCLASIFICADO, LA MARGEN COMO UN CENTRO EN CONSTRUCCIÓN.

Muchos asumen tu idea sobre el poema como peyorativa respecto al mismo, ¿se ha superado el poema? ¿La poesía va más allá?
La poesía siempre fue más allá del poema y de cualquier otra cosa. No pretendo ser peyorativo, al menos no frente al poema, tal vez sí contra quienes lo consideran un medio exclusivo para la transmisión de la poesía. ¿Haroldo de Campos escribía «poemas»?, ¿los artefactos parrianos lo son, los «papeles salvajes» de Marosa? Son otras conductas (lingüísticas, estéticas, políticas) y sin embargo en ellas el nivel de intensidad de la poesía tiene un voltaje mucho mayor al que podríamos encontrar en una colección de sonetos. A propósito, ¿leíste el último libro de Jerónimo Pimentel, el Hoyo13. Novela barrial de Rafael Espinosa? A lo que, tal vez, me enfrente es ante el fundamentalismo. Hay escritores de poemas que me parecen extraordinarios, cómo no, pero la ingenuidad del lector es tal que le basta estar frente a la disposición espacial de un sistema, en apariencia, versado para suponer que está ante algo «poético».
¿Cómo definir lo poético? Te lo pregunto recordando unas declaraciones en una entrevista que tuviste con Fabián Darío Mosquera (Fabián Darío Mosquera, Maurizio Medo: la escritura es la destrucción de toda voz. Crítica 126, 18 abril 2008).
Fue una buena conversación la que tuve con Mosquera, ¿no? Efectivamente, en ella me refería a lo poético como lo que es capaz de producir asombro. La idea, por lo que recuerdo fue diferenciar lo poético de lo que no lo era, es decir, de lo no poético: responder al celular, oír la alarma del despertador todos los días a la misma hora, tener que ir a trabajar… Haces bien en preguntar por el significado de lo poético en un momento, como este, en el que, como dice Eduardo (Milán) triunfó la tiranía del lector que reclamaba para sí textos que pudieran «entenderse», «sentirse»… Es una opción válida –para mí, por ejemplo Benedetti, es un extraordinario compositor de baladas, no lo vas a comparar con Arjona, ¿no?– pero eso no justifica que cierto sector pretenda imponer ese estilo de escribir como el único válido, como si el lenguaje literario existiera dentro de estructuras cerradas y con inamovibles. Eso fue lo que quisimos decir al escribir la Carta abierta en defensa de la pluralidad y convivencia poéticas.
EL PERÚ, ¿ENTRE DOS TIERRAS? ¿Cómo describirías tu relación con el Perú?
¿Literaria, dices?
Por ejemplo…
No existe. No tengo «vida literaria». Tengo amigos que, coincidentemente, son escritores, no todos, pero ¿más allá de eso? No estoy en el top ten de los poetas famosos… cosa que no sabes cuánto agradezco.
¿Entonces eres un «desclasificado» como te define Hernández Montecinos?
Ah, ¿había que clasificar?
¿Cuáles son los vasos comunicantes entre tu obra y la de Rodolfo Hinostroza, Enrique Verástegui, Roger Santiváñez, Mario Montalbetti y otros autores peruanos?
¿Tienen que existir necesariamente vasos comunicantes?
En la medida que el lector logre situarte en el ámbito de la poesía peruana.
Los poetas no pueden constituirse en medida de algo, menos con respecto a una tradición tan grande como la del Perú. Me hablas de autores fundamentales, cómo no, pero, si soy sincero, te diré que encuentro esos vasos comunicantes con poetas que omites, con Rafael Espinosa, por ejemplo, y creo que Rafael podría decirte lo mismo. Por ley de supervivencia en el Perú no hablo de poesía, salvo en el Facebook con José Carlos Yrigoyen, no participo de lecturas ni de recitales. En noviembre participaré de un recital luego de 10 años, todo por culpa de Enrique Winter.
¿Cómo describirías tu relación con el Movimiento Poético Kloaka?
No podría describirte nada al respecto porque con el movimiento en sí, visto como un colectivo, esta no existe. Tengo buenos amigos que militaron en ese grupo pero creo que estamos ante un tipo de conducta generacional que nos diferencia, aunque haya entre nosotros pocos años. La propuesta del MK fue esencialmente política, había utopías. Mi generación, que es la que se forja desde el fin de las mismas, es cínica, incluso respecto a lo que significa (e implica) escribir. El MK era, hasta cierto punto, un clan antofágico y en su propuesta solo mediaba el Perú, tenía que ser así para lograr su cometido, no los estoy criticando con esto, solo distingo. Mi generación (Frisancho, Quijano, Álvarez, Espinosa…) terminó de madurar con la globalización, es postnacional, glocal, he dicho alguna vez, global y local, al mismo tiempo, y supo sacudirse del peso histórico de la tradición, entendida como un monismo. Se atrevió a explorar otras sendas. Pudo abrirse paso mirando el horizonte y ya no las fronteras. En cambio, el mayor aporte del MK fue evidenciar la crisis de la poesía peruana. Le debemos mucho. No fue un buen tiempo para escribir, tanto así que mi generación podría llamarse la «generación perdida». Había muy buenos poetas: Daniel Salas, Félix Reátegui, Virna Vera, pero ¿publicaron? Los reuní en una antología que hice con Alfonso Cisneros Cox en la revista Lienzo, luego no supe más…
¿Ese «evidenciar la crisis» constituyó una alternativa?
No. La crisis de la poesía peruana cruza a través del MK. Como ya he dicho: los años 90 fueron, tal vez, los peores para el Perú con respecto a su producción poética. Pero las crisis, finalmente, son discontinuidades y creo que en el Perú el ñandú recién pudo desenterrar la cabeza en estos últimos años, cuando se comprendió que los poetas padrotes no eran, no son, imprescindibles, como hitos o referencias, como nada. Antes se creía en esto y la batuta se dejó en manos o de ellos. Para sacudirse hubo que tocar fondo. La alternativa que significó el MK se dio a través de las propuestas individuales de Róger Santiváñez y Domingo De Ramos.
¿El título de la antología que publicaste en Ruido Blanco, «Contra la muerte», tiene alguna relación con la guerra interna librada en el Perú por el levantamiento de grupos armados?
No conscientemente. No soy Plinio el joven narrando la destrucción de Pompeya. Los años que mencionas se vivieron al borde (de la muerte y de la locura) pero nunca me atreví a tocar el tema por una razón muy simple: tenía que cerrarse la herida. ¿Ya ocurrió? No lo creo. Tienes que entender el Perú. Es un país en el cual la verdad tiene un desplazamiento subterráneo, las cosas parece que no fueran a ocurrir, incluso después de haber ya sucedido. Los que vivimos y escribimos durante esos años de violencia definitivamente asumimos la poesía –el arte en su sentido más amplio– como un acto de resistencia y una afirmación de la vida, pero, en realidad, seamos sinceros, no se puede escribir en «contra» de nada.
En Transtierros, tu proyecto crítico-editorial, en determinado momento abriste un diálogo respecto a la poesía peruana.
No abrí un diálogo, brindé un espacio y básicamente por una sola razón: me cuestionaba el hecho de «desentenderme» ante la idea de un aporte crítico frente a lo que es la poesía en el Perú. En ese sentido, y creyendo en la entrevista como una plataforma útil para ello, conversamos con varios poetas, con los que podemos estar de acuerdo o no: Jerónimo Pimentel, Willy Gómez Migliaro, Victoria Guerrero, Víctor Ruiz… entre otros. Como alguna vez hablábamos con Mario Pera y Bruno Polack, quienes ahora dirigen Vallejo & Co., esto demostró que la mayoría de lectores de Transtierros están fuera del Perú. ¿Cómo interpretar esto? Pues, tal vez, Carlos Carnero de la librería Inestable, pueda explicarlo. Creo que es una cuestión de gusto. Cuando hablamos del MK te decía que tuvo que ser, hasta cierto punto, un clan antofágico, y se entiende, pero, salvo Eielson, Hinostroza, Verástegui, Montalbetti o Chocano, quienes abrieron el discurso a un aire contemporáneo, fuera de la tradición, con todo lo que esto implica, en el Perú se escribe y se lee del borde hacia el centro. «Afuera» hay solamente cierto tipo de poesía estadounidense, no la poesía estadounidense. Tal vez por eso me dejó de interesar la idea de abrir ese diálogo. Lo cerré.
Pero en la medida de nuestro ser social, y más en tu caso pues eres un comunicador, ¿cómo sostener ese diálogo?, ¿en qué ámbitos?

Después de haberte dicho todo esto me faltó la moraleja para la fábula: es normal. Algunos de los poetas con los que dialogo, pues como bien dices es imposible estar aislado, son personas que comparten una situación muy similar en sus países de origen. Por ejemplo, Eduardo Milán, a quien mencionábamos, un amigo de muchos años, y para mí uno de los pocos que la tiene clara, lo vive en cierta medida; alguien, solo algo más joven que yo, como Juan José Rondinás, me hablaba de una situación muy similar en Ecuador y podría seguir enumerándote casos. Yo no creo que cuando se trata de ideas, y acá hablamos de ideas, uno deba plantearse un ámbito determinado como quien busca un público objetivo. Los diálogos se dan, nos enriquecen, incluso nos transforman, pero sin tener un espacio definido. Nunca me planteé estar en sintonía con España, es más me temía un linchamiento por mi abierta oposición a la franquicia que dirige García Montero. Pero uno no puede pensar como si estuviera desempeñando funciones diplomáticas, simplemente las cosas ocurren cuando uno se limpia los prejuicios. Siento mucha afinidad con poetas españoles como Antonio Méndez Rubio (hoy 31 de octubre me llegó tu libro, Antonio) o Sandra Santana, amén de mi admiración confesa por Olvido García Valdés.

DILEMAS MÉDICOS

Tu lenguaje pone en crisis la sintaxis de una forma radical con capas y sedimentos lingüísticos de muy variada procedencia. ¿Esa operación surge de una necesidad visceral o su naturaleza es más conceptual, intelectual?
Es artesanal. Cada instancia aparece desde cierto tipo de pensamiento (en la intuición, en la emoción, en la reflexión, en el detenimiento) y aparece como una capa –una densidad– dentro de un proceso. Pareciera llegar con un lugar, con un orden, ya determinados: la escritura es su reflejo. Desde la convicción de que uno «hace» –está haciendo– «artesanía» dejo que cada capa, cada sedimento lingüístico, cada densidad, aparezca como «dictada». Al escribirlas, capa sobre capa, estoy logrando que mi lenguaje, de forma natural, sobreviva frente a la dictadura de un idioma. Como escritor esa es mi dignidad.
¿Cómo se podría definir la escritura de Maurizio Medo?
Yo no creo que una escritura pueda o deba ser definida de alguna manera, ¿para qué?
En tu escritura hay una especie de crisis que se evidencia a través de una puesta en duda de los géneros…
Hasta qué punto Manicomio podría ser considerado un libro de poesía. ¿Responde a sus patrones? No lo sé, no hay un sujeto, no hay paneo armónico a través de un paisaje, ¡no hay paisaje¡ es su negación. Algo parecido ocurre en Homeles’s Hotel, en donde el verso se desdobla hasta constituirse en prosa y tramar un argumento. Te decía que intento comprender la escritura como un acto de dignidad ante la tiranía del idioma. Si para lograr esto hubiera que romper con lo planteado a través del universo teórico de los géneros pues, hagámoslo, creemos multiversos, seamos nuestro propio big bang. Creo que mi escritura termina por constituirse en un ejercicio constante de destrucción y regeneración del lenguaje y también de los géneros.
¿Qué podrías decir sobre Manicomio, un libro que en estos diez últimos años ha sido traducido, parcialmente al inglés, que ha tenido 5 ediciones y que ha logrado causar impacto en España –¿esto es algo visible aunque lo niegues? ¿Se trata de un nuevo clásico, lo pregunto tanto por su vigencia como por su repercusión entre los poetas más jóvenes?

Manicomio… un libro con el que hoy no tengo mucho que ver, ¿no? Tu pregunta contiene varias interrogantes y algunas declaraciones que convendría aclarar.   

Un primer punto, no creo que se trate de un libro «exitoso», no existen los éxitos si media algo, en esencia amateur como es la poesía. Ese libro lo escribí durante un período en el cual habré dormido 2 o 3 horas diarias debido a una serie de circunstancias muy infelices. Pocos días después que lo terminé Zurita llegó a mi casa y, tú sabes cómo es Raúl, mostró tanta confianza, y tanto entusiasmo ante el libro, yo no los tenía, que prácticamente le dije «haz con él lo que quieras». Meses después apareció en Chile con La calabaza del diablo y desde ahí tengo poco que ver con esa historia. Pero seamos claros, nadie puede referirse a un libro de poesía como si hablara de un hit o de un taquillazo. ¿Influyó en los más jóvenes? Yo no puedo responder a eso, supongo que sí, por lo que he podido ver, pero que quede claro, mucho más en el norte de América que en mi país, tanto que a veces sospecho que, en el fondo soy un poeta mexicano, y más cuando leo a Julián Herbert quien me admira por pura vanidad. De haberse publicado en el Perú Manicomio no hubiera tenido ninguna repercusión. Cuando recién apareció tenía curiosidad antropológica por saber qué pensaban mis ¿se dice colegas? peruanos. A punto tal que una vez llamé por teléfono a uno preguntándoselo: ¿qué tal, qué piensas? Este con sarcasmo respondió: «lo leí. Puta, qué culto eres». Manicomio nunca fue comprendido, me atrevería a decir que, ni siquiera fue respetado. Mejor no me preguntes qué dicen ahora. Muy simple, ni mierda. Yo no creo que ningún libro contemporáneo pueda ser considerado como un clásico, nuevo clásico o clásico posmoderno… esas categorías sirven únicamente para escribirse en las cuartillas de una contratapa. Una vez un poeta, uno que yo aprecio mucho me dijo: «Manicomio es un libro contra el que se debe luchar». Oír eso fue para mí suficiente.

¿Crees que Manicomio está influenciado por la tradición chilena?

No. Salvo que Antonin Artaud, René Char, Héctor Viel Temperley, James Matthew Barrie, Kurt Schwitters, Lautreamont, Nietszche, Dante, Robert Frost (mencionando solo algunas de las presencias observadas por Paul Guillén) sean poetas chilenos. Ahora, hay que ser francos, si hubo una lectura de esa tradición me marcó fue La nueva novela de Juan Luis Martínez, pero cabría preguntarse, ¿la escritura de Martínez es acorde con la de la tradición de la poesía chilena o implica, más bien, una ruptura? Y me preguntaría lo mismo al pensar en Diego Maquieira, quien «aparece» en Manicomio como un personaje, o en el caso de Paulo De Jolly. Es por este tipo de pensamiento centrifugado respecto a las tradiciones que me gusta esa definición de Ibn Harabi, la misma que he citado repetidas veces, en la que define a la poesía como un lugar que no tiene dónde. Quizá lo biográfico influya, recuerda que crecí en el Perú, pero asilado, y no por una elección personal, dentro de los valores –y lenguajes– de otras culturas.

LOVE IS LOVE

Dentro de los espacios que construyes, la mayoría complejos, ¿cómo puede el sentimiento conquistar un lugar?, es decir, los poemas de amor... ¿qué piensas de ellos, qué lugar ocupan dentro de tu obra?

Creo que Nabokov sostenía «todo es una cuestión de amor». Ahora, creo que escribir un poema de amor es algo muy, muy difícil. El Cantar de los Cantares nos puso la valla muy en alto, y lo está más cuando el lector de a pie asocia «poema de amor» justamente con lo que lo pervierte, la cursilería. Lo cursi es mal gusto, y esto nos viene como un legado cultural de la sociedad española del siglo XIX. La mayoría de poemas –y canciones de amor– surgen tratando de responder a los estereotipos de este fenómeno. Esto es algo que a mí me aterra… Si vas a escribir un poema de amor, olvídate de todo eso, tienes que otorgarle tal brío que, dentro miles de años, posea una perfección muy similar a la de las pinturas rupestres de la cueva de Chauvet. Es decir lo inmediato deberá, tendrá, que convertirse en algo inmortal; lo subjetivo en algo universal.   

La idea del amor está presente a lo largo de mi obra. Efectivamente, encaja El hábito elemental y, parcialmente, Manicomio en donde el hablante anuncia que existe porque está siendo soñado –una imagen carrolliana, es verdad– y si hablamos de Carroll vemos cómo el amor puede poner a alguien tartamudo, Carroll lo era, pero estando en contra de lo que se «podría esperar» de un poema.

¿Entonces tus críticas, más que hacia el poema, los poemas, de amor, se dirigían hacia la poesía como un medio para comunicar sentimientos?
Como un medio para comunicar sentimientos de acuerdo a las normas de un mercado regido «por lo que le gusta a la gente». Contra la ¿poesía? servil de cara al gusto del lector, de la tiranía del lector, diría Milán, uno despojado de las funciones creativas (y activas) propias de la estética de la recepción. Porque el lector no es, no fue nunca, un agente pasivo. Decía –y específicamente ante cierto tipo de creo, manifiesto en Poesía ante la incertidumbre– que esto me parecía una interpretación atrofiada de cierta idea del poeta-granjero Wendell Berry quien tuvo a bien manifestar su preocupación frente al «paulatino aumento en el lenguaje de elementos sin significado o (de otros) que lo destruyen», un hecho que, desde su perspectiva, generaba una «incertidumbre cada vez mayor en el lenguaje». Un lector libre de incertidumbre no visitará jamás el poema.
Al leer una entrevista que te hizo el poeta mexicano Jorge Posada uno puede interpretar que Dime novel es un libro de amor.

En el plan de escritura me tracé la idea de una crónica de viajes por distintas ciudades latinoamericanas, pero por diversas circunstancias el proyecto se inició en la ciudad de New York. El concepto de Dime Novel me interesó como medio un conceptual. En sí refiere a la denominada «novela de diez centavos» que se hizo muy popular desde la segunda mitad del siglo XIX hasta principios del XX, y es un antecedente de la novela gráfica, de los libros de bolsillo y hasta de los potboiler filmes (esas «películas de palomitas de maíz» por momentos afines a la estética que plantean Tarantino y Rodríguez). Lo que el lector encontrará en el primer capítulo, Cuando el destino dejó de ser una víspera, que aparecerá en España, es la historia de un triángulo amoroso que concluye en una tragedia: el suicidio de la protagonista, la poeta Suzanne Foster. En ese sentido, sí, es un libro de amor.


--> Leer la entrevista de Jorge Posada a Mauricio Medo.
25 años después de tu primer libro, ¿qué te ha dado la poesía?
Yo no esperaba que me diese algo, no es un negocio, uno no escribe en función de un trueque a través del cual se obtendrá alguna ganancia. En ese sentido la poesía está más cerca del ocio aristotélico que del negocio. Sin embargo ha sido inmerecidamente generosa conmigo. Me ha brindado amistades, el poder dejar de leer a autores y empezar a dialogar con ellos, frente a frente y a establecer relaciones de amistad que, para mí, son muy pero muy significativas. He podido conocer otros países –te confieso que viajar nunca estuvo en mis planes y que hasta me resultaba algo molesto. El ver mi obra publicada en otros idiomas, divulgada en ciudades que no logro imaginar cómo serán pero, sobre todo, volverme consciente de la diferencia que existe entre el hacer del poeta y el ser poeta (ese deporte de los plumetas festivaleros). Amo ese hacer incluso cuando divulgo el trabajo de otros en la colección que tenemos con Juan José Rondinás, Transtierros, gracias a la editorial Ruido Blanco, porque viéndolo bien, escribir no es dejar huellas, es borrarlas.
Dices que Dime Novel aparecerá en España.
Dime novel no, la primera entrega, Cuando el destino dejó de ser una víspera. La segunda entrega, para el 2016, me gustaría que aparezca en Argentina.
¿Vienes publicando habitualmente en España, verdad?
Es verdad, he tenido la suerte que se editaran País imaginario, el Medosario, como lo llaman en joda, un trabajo que, como lector, me demandó algunos años, y que fue enriquecido gracias a los aportes de Del Pliego y Arteca. Por otra parte, Varasek apostó por Manicomio, una experiencia que para mí es sorprendente por su difusión, por los diálogos –otra vez los diálogos– que suscita, por la difusión e incluso por las controversias que puedan despertar en el camino.
Y hablabas off the record que esperas una probable publicación en México y sobre tus planes de la segunda entrega de Dime novel en Argentina, ¿esto es adrede?
En México en el mes de abril presentaremos con Julián Herbert la antología que hizo de mi obra, seguro será una vendetta. ¿Qué es adrede?
No publicar en el Perú.
Absolutamente. ¿Qué significa publicar en el Perú? Es un hacer muy semejante al del visitador médico, pero ad honorem. Tocas una por una las puertas de las editoriales, alguna acepta, te abren. Entras, ¿y qué pasa?, en el escritorio que tendría que estar el editor te encuentras con un tipo que hace solo el trabajo de impresiones, como si horneara pasteles. Te cobra por esa labor, pues debe sostener a su «empresa», pero la empresa no existe, no está legalmente constituida. Y si aceptas el trago amargo (pagar por la edición y tratar con el tipo que es capaz de confundir a Dorothy Parker con Sasha Grey) fue solo un aperitivo, te espera lo peor: conseguir que la obra llegue a los críticos y a las librerías. Los críticos están con un bozal, uno que se afloja o que se ajusta de acuerdo a los intereses de la empresa editorial (el diario o la revista) para la que laboran, algunos como los muñecos para los ventrílocuos. Y las librerías, salvo excepciones, analizan si tu producto es conveniente o no para ser comercializado –previa promoción. A estas alturas del partido ya no estoy para esas lides, no me interesa. He tenido la suerte de publicar en editoriales que me abrieron los ojos y me hicieron ver que este tipo de trato es una humillación. Me interesa publicar en el Perú, claro que sí, pero con las mismas condiciones con las que publico en México o en España. No hay inquina antinacional hay defensa por la dignidad, no de la dignidad personal, del oficio.
2 POEMAS


GADGETS


                                                                     A Jorge Frisancho y Rodrigo Quijano


No pensaba seguirle el amén y creer en 

la pátina de algún esmalte epifánico

Craquear el softward y “volver a construir”,

como decíamos, sin admitir lo monstruoso

de la poesía en su estar de espaldas para

poder ser contemporáneos de algo, no del cielo

para las futuras generaciones futuras Allá no

bastan tiernos estados de estasis como

ponerse a ver nubes en forma de aves

Mañana lloverá y eso resultará irrelevante Tanto como

si, palabra tras palabra, en un haiku reemplazáramos

          el loto por un montón de algas (caídas del

    sashimi) solo porque gadget etiquetó “naturaleza”

    y nada con respecto del “sentido” necesario para

         la construcción de nuestras futuras ruinas,

      adonde nuestro pasado parece estar adelante

                 del mundo que, ausente, aparece

       como una dimensión paralela a la del vacío

                 pero con una actitud sospechosa

                                De falsa felicidad




GUINEVERE EL OSO

(“OSO POLAR EN EL ZOO DE NUEVA YORK”, 1992, DE THOMAS HOEPKER)


Te enamorarías como en esa fábula inuit* en la

que un oso polar llora frente a un alcorce

de anémonas Y se desolla la piel para cubrirse

con ellas El oso muere enfrentado al destino:

el viento del Bóreo le reveló su vida

como algo posible, alejada del mundo;

un poco animal, un poco mito,

mientras la nieve borraba sus huellas


El héroe no puede ni debe enamorarse Si ama es

a la misión que le concedió el Oráculo Y si cede

y p.e extraña algo de lo que cantó el río,

su destino arderá junto al del fénix —creyó Lancelot

Guinevere como en la fábula inuit enfrentó al

destino al confesar: “Señor, él es para mí

                          todos los reinos”

Arturo adivinó conmovido que ella eligió cruzar

la historia como la sombra de lo que pudo ser

—Era un héroe— dijiste en la calle West 16th cuando

Ammy Winehouse preguntó por qué entregarse a los

azares de un juego que adivinábamos perdido


El tiempo le respondió “te lo advertí”


Lo recordé al descubrir el oso retratado por Hoepker

Los guardias del zoo lo llaman Guinevere


Los inuit lo visitan

Y los más niños se aprenden la fábula


Hoepker le cambió final 


(*) Los inuit, habitantes de la tundra ártica del Norte de Alaska, Canadá y Groenlandia.

Biodata
Maurizio Medo (Lima, 1965). Ha publicado en poesía: Travesía en la Calle del Silencio (1988), Cábalas (1989), En la Edad de la Memoria (1990), Contemplación a través de los espejos (1992), Caos de Corazones (1996), Trance (1998), Limbo para Sofía (2004), El hábito elemental (2004), Manicomio (2005), La trovata (2006), Sparagmos (2008); ha coeditado La Letra en que nació la pena, muestra de poesía peruana 1970-2004, junto con Raúl Zurita, Contramano (2007), junto con Ernesto Carrión y País imaginario. Escrituras y transtextos: 1960-1979 (2014), junto con Benito del Pliego y Mario Arteca, entre varios otros.

Escrito por

Mario Pera

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Publicado en

Ruido Blanco

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