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Todo ángel es terrible

(Entrevista a Fernando de Szyszlo, Parte II)

Por: Mario Pera

Por: Mario Pera

Publicado: 2014-02-22

Por: Mario Pera

En Europa, ¿frecuentabas el Boulevard Saint Germain al que iban los surrealistas? 

Los surrealistas se reunían en Place Blanche, al otro lado de Montmartre, hasta allá iba. Ahí llegué con Octavio [Paz] y después fui a la casa de Breton. Octavio en eso fue instrumental. En las reuniones estaba Breton que era el Papa, había discusiones y todo pero no por encima de Breton, que era una persona impresionante además.

Gracias a Octavio asistí muchas veces a la Place Blanche a las reuniones del grupo surrealista. Pero eso fue en los años 50, cuando el Surrealismo estaba muy dividido pero todavía estaban Breton, Péret, Joseph Pierre, todavía estaban los jóvenes Jean-Clarence Lambert, Jean-Pierre Duprey.

¿Marcó a la expresión de tu arte, a tu pintura, la relación con los escritores surrealistas?

Me marcó mucho. Quiero decirte que nunca tuve influencia de la pintura surrealista porque no me gustaba, era una pintura literaria. Pero el pensamiento surrealista sigue siendo mi manera de pensar en materia de arte. O sea, la teoría surrealista, los textos de Breton son fundamentales. Para entender realmente el arte, uno necesita empaparse de lo que Breton ha escrito sobre eso.

La influencia, entonces, fue teórica…

La influencia es únicamente teórica, práctica en absoluto. Había algunos pintores pero anteriores al Surrealismo que son los importantes, Duchamp o de Chirico pero son anteriores al Surrealismo. Cuando el manifiesto surrealista se publica, ya de Chirico no hacía pintura metafísica. Pero claro, había pintores surrealistas que no estaban demasiado metidos en el grupo como Klee o los belgas, a los que ninguneaban un poco los surrealistas, a Magritte, Delvaux, Miró. Miró y Klee eran dos pintores que me interesaban mucho.

Sebastián Salazar Bondy te presentó a Blanca Varela…

Sí, me casé con ella y nos fuimos a París. Blanca era una persona muy sencilla, nunca posaba de poeta, nunca. Y nunca es que sintiera una compulsión por escribir. Escribía cuando le nacía, por eso su obra es tan corta. Escribió al final un poco más. Cuando estuvimos en Cornell, yo estaba de profesor de la Universidad de Cornell, Nueva York, ella escribió bastante, quizá su colección de poemas más grande. Pero después vino la tragedia de la muerte de Lorenzo [de Szyszlo] y Blanca se afectó. Escribió muy buenos poemas suscitados por eso, pero la mató. Esa muerte la mató.

¿Te ves en su poesía?

Debo decir que sí [risas]. No en la mejor forma pero sí, sin duda. Nos habíamos formado juntos. Aunque no hay ningún poema dedicado a mí, por ejemplo. Mi presencia se siente si uno la lee con cuidado, sobre todo en sus primeros poemas, o en toda su poesía, habíamos vivido 20 años juntos.

Con otro poeta con quien compartiste amistad y pintura fue con Jorge Eduardo Eielson…

Con Jorge claro, una gran amistad. Casualmente, para el libro que publicó sobre Eielson, Martha Canfield me pidió que colaborara y escribí lo que realmente era mi recuerdo de Eielson, que son los recuerdos de él como artista adolescente.

Cuando Jorge se fue a Europa coincidimos dos años en París y fue muy divertido, lo pasamos muy bien, muertos de hambre todos. Después Jorge salió definitivamente del clóset, se enamoró de un chico siciliano con el que vivió hasta que este murió, se llamaba Michele. Una vez vinieron aquí [su casa].

Jorge se volvió italiano, primero se fue a Roma y después se fue definitivamente a Milán, en donde murió.

¿Ves algún cambio entre el Eielson de Lima y el de Europa?

El cambio fue en su poesía sobre todo. Sólo cuando recién llegó a París Jorge escribía poesía como en Lima. Escribió un poema precioso en esa época, que no sé si se ha recogido o si Jorge lo destruyó pero tengo a ese poema muy presente. Se llamaba «La silla ardiente». Era un poema largo, precioso. Después comenzó con esos experimentos visuales del poema, las letras, etc. que a veces eran muy interesantes, otras no. Era una manera de pensar. Jorge era una persona con un talento increíble para la poesía.

¿Qué opinión tienes de su trabajo como artista plástico?

Divertido, de vanguardia, pero no le encuentro un significado mayor. No creo que dure y, físicamente, esos nudos no duran, se llenan de polvo, se caen. Yo creo que él es un gran poeta. Eso es lo que es y así va a quedar. Él era una persona complicada, una persona desligada de cualquier sentimiento nacional. Me desconcertó que, en una bienal, presentó una cosa que era las banderas amarradas de todos los países y para nosotros, en los años cincuenta, eso era una herejía. Banderas… hasta ahora las banderas me parecen horribles.

Tienes la única parte del cuerpo de César Vallejo que están en el Perú…

[Risas] tengo que enseñártelo porque ahí lo tengo. Antes de que lo regale, porque se lo pienso regalar a Ramón Mujica, porque qué hace aquí en mi casa. Me muero yo, mi hijo lo tendrá por un tiempo, después queda al azar. En cambio, si está en la Biblioteca [Nacional del Perú], está en la Biblioteca.

Yo he sido toda mi vida muy vallejiano y cuando llegué a París, el 49, lo único que quería era conocer a Georgette. Vallejo tenía 11 años muerto y llegué a Georgette. Hice una serie de litografías, una de las primeras cosas que hice en París fue un álbum de litografías que se llama Ocho litografías en homenaje a Vallejo. Se lo llevé a Georgette y me dijo: venga usted mañana que le tengo un regalo. Entonces pensé que me iba a regalar un manuscrito, que era mi sueño tener un manuscrito de Vallejo y a mucha gente le había regalado manuscritos, pero me dio un sobre cerrado que decía: en secreto. No lo abrí porque estaba con Blanca y Carlos Martínez Rivas, un poeta nicaragüense que era muy amigo nuestro, no lo abrí y cuando llegué a mi casa me encontré que era un mechón de pelo de Vallejo, que era un pedazo del cuerpo, es como los antiguos cristianos: el dedo de San Francisco [risas].

¿Y ese era el único pedazo físico que tenía de él?

Sí, físico directamente de Vallejo que yo supiera, sólo puede haber tenido pelo. Tenía la mascarilla de Vallejo, tan linda, que la destruyó o sea que no existe, hay fotos pero no existe. La destruyó aquí en Lima de furia, porque ella era muy temperamental. Tenía las manos de Vallejo vaciadas en yeso, y también las destruyó. Y tenía el ramo de flores que llevó al cementerio cuando lo enterraron, unas flores secas colgadas en la pared.

¿Te comentaba sobre Vallejo?

Todo el tiempo hablaba de eso. A ella la trajo el doctor Porras [Barrenechea] que era amigo de Vallejo, y es el que publica Poemas humanos en París. El doctor Porras era embajador en París y cuando regresó era ministro de Relaciones y, entonces, trajo a Georgette y le asignó una pensión con la que vivía Georgette pero, típico del tercer mundo, cuando el doctor Porras dejó de ser ministro la pensión cesó y Georgette se quedó en la calle. Daba clases de francés, así privadamente, y comenzaron a llegar poco a poco royalties de la poesía de Vallejo, que ella cuidó toda su vida. Juntó y juntó y juntó, porque ella me contó una vez, cuando vivían cerca del cementerio de Montparnasse, que [a Vallejo] le gustaba visitar el cementerio y cada vez que pasaba por la tumba de Baudelaire la tocaba [golpea con la mano] y le decía: a mí me gustaría estar enterrado en este cementerio.

Bueno, Georgette toda su vida juntó plata hasta que pudo comprar una tumba en Montparnasse, porque Vallejo estaba, yo he estado ahí, en un cementerio obrero a las afueras de París, en Montrouge, y allá lo pasó sin ir a París, ella nunca volvió a París, lo hizo pasar a la tumba en Montparnasse e hizo una lápida preciosa que es como un cubo de mármol y ahí puso un epitafio precioso escrito por ella que decía: Yo he nevado tanto para que tú duermas, en francés: J’ai tant neige pour que tu dormes. Pero, ella nunca pudo regresar y está enterrada acá. Nunca vio la tumba.

Entonces, ¿era ese hombre triste, casi la personificación de la nostalgia y de la melancolía?

Era así pero, al mismo tiempo, Georgette nunca contó que Vallejo era bohemio, que le gustaba el trago. Un juez [Juan Domingo Córdoba Vargas] que era alumno en esa época de la Universidad de Madrid, se hizo amigo de Vallejo y lo iba a visitar a París. Durante la Guerra Civil [española], Vallejo fue a España y lo veía, era un estudiante de abogacía que después se convirtió en juez pero que jamás escribió, y luego se atrevió a escribir sobre Vallejo mientras Georgette estaba viva, a Georgette no le gustaba que escribieran nada que no fuera lo que ella decía. Este juez es el que fotografió a Vallejo con Georgette en Versalles, la foto en que está Vallejo con su bastón, la famosa foto de Vallejo, y en el libro que él publicó [César Vallejo: del Perú profundo y sacrificado] están todas las fotos que él tomó en ese momento. Es un libro muy interesante porque cuenta un Vallejo que no conocemos, que le gustaba salir con amigos, reírse, beber vino. En este libro del juez sale ese Vallejo.

Por ejemplo, [Vallejo] era muy amigo de Alfonso de Silva, y le escribió un poema precioso que dice:

Alfonso: estás mirándome, lo veo,

desde el plano implacable donde moran

lineales los siempres, lineales los jamases(…)

Bueno, es un poema largo. Georgette nunca hacía traducción de ese poema porque no le gustaba que saliera [Vallejo] con Alfonso de Silva porque él bebía mucho, era alcohólico, después vino a morir a Lima el 37, antes que Vallejo, por eso es que Vallejo escribió ese poema.

Poco antes hicieron un viaje a Rusia…

Claro. Cuando la madre de Georgette muere, ella recibe una herencia que en esa época era importante, creo que eran 350 mil francos, deciden ir a Rusia y se van y él escribió Rusia en 1931.

Dicen que Georgette tenía mal carácter…

Yo era la única persona que la veía porque ella tenía muy mal carácter y se peleaba con todo el mundo. Conseguí que se hiciera una edición facsímil [Obra Poética Completa (1968)], la convencí que dejara que Paco Moncloa hiciera esa edición facsímil. Él la hizo, pero después odió a Paco Moncloa y no lo quería ni ver. Decía: ¡Me habla de tú, me besa! [risas], se quejaba de que la besaba [risas].

Ella tenía muy mal carácter, se peleó con todo el mundo en Lima, absolutamente con todo el mundo, nadie la iba a ver. Yo iba los domingos, era la única persona durante los tres o cuatro años que estuvo en la Maison de Sante que, generosísimamente, la acogió y nunca le cobró, como a Westphalen. La iba a ver los domingos y yo tenía todos los papeles de Vallejo, todos los manuscritos de Poemas humanos, de España, aparta de mí este cáliz, todos los papeles de Vallejo. Un día me dijo: Tráigame usted los manuscritos de los poemas de Vallejo porque quiero quemarlos. Yo le hacía largas hasta que al final tuve que llevárselos. Se los llevé y ella los tenía encima de su velador, ahí junto a su cama. Ella estaba hemipléjica, solo podía mover medio cuerpo. Me dijo: Quiero quemarlos. Ya su valor histórico está preservado en el facsímil, en el libro que se ha hecho facsímil y, en cambio, no quiero dejar nada a este país que me ha tratado tan mal. Yo siempre traté de persuadirla de que no lo hiciera. Total decidió, esas cosas absurdas, Georgette era completamente agnóstica y, sin embargo, era muy sensible a los curas que se ocupaban de los niños que tienen cáncer, que son los curas de San Juan de Dios. Le regaló a los curas de San Juan de Dios los manuscritos de Vallejo que hasta ahora los tienen y que no deberían tenerlos. Se me ha olvidado decirle a Ramón Mujica que se los debería reclamar oficialmente, eso debería estar en la Biblioteca Nacional. Es parte del patrimonio nacional por supuesto.

Ella idolatraba a Vallejo…

Pero lo odiaba. Esas cosas de amor/odio. Tenía tal adoración por Vallejo que a veces lo odiaba. A veces lo odiaba. Lo odio, decía, lo odio. Pero nada le indignaba más que se refirieran a Vallejo como el Cholo Vallejo, eso la sacaba de quicio, ¡la sacaba de quicio!

Los retratos de Vallejo, por ejemplo, había un editor que se llamaba Milla-Batres que hizo un homenaje a Vallejo, un libro grande, y que en la pasta puso un retrato hecho por Macedonio de la Torre, un pintor de segunda clase, y el retrato es pésimo y Georgette estaba indignada de que hubieran puesto ese retrato en la pasta. Borró de su lista a Milla-Batres, se olvidó de eso, y un día yo la llevé a la presentación del libro facsímil de Moncloa, íbamos entrando al hotel Crillón los dos, en el salón del hotel, y Milla-Batres estaba parado en la puerta distanciado de nosotros. Georgette se separó de mí y fue donde Milla-Batres y ¡pa’! una bofetada [risas] y vino donde mí y se iba caminando [risas]. Yo le dije: Georgette, ¿por qué ha hecho usted eso?, [risas] y me dijo en francés: Il a une t ête à gifler, tiene una cara para darle una bofetada [risas].

Era muy divertida Georgette, además, era inteligente y sus poemas son muy buenos. Hizo un libro de poemas en francés y, aquí en Lima, lo tradujo al español, se llama Máscara de cal.

Y su visión del Vallejo hombre, esposo, de la persona con la que había convivido…

Tenía adoración por Vallejo, adoración por él. Pero nunca se refería a él en términos elogiosos. Nunca. Era muy discreta en eso. Lo que pasa es que no le gustaba manosear la imagen de Vallejo.

Ella vive el reconocimiento a Vallejo, evidentemente, póstumo… 

Sobre todo montante, cuando comienzan a traducirlo al alemán, al francés. Nunca dejó que lo tradujeran al francés, esas cosas que tenía, incomprensibles. Porque hay una serie de textos de poesía en francés que se llaman Poètes d’aujourd’hui que son unos libritos chiquitos muy lindos, en que están todos los poetas contemporáneos Éluard, Breton, todos los poetas, Saint-John Perse y Pierre Seghers, el editor, quería publicar a Vallejo y le insistía a Georgette pero no dejaba que lo tradujeran ni ella quería traducirlo. O sea que en francés no hay una traducción importante. En inglés hay una edición bilingüe de toda la obra de Vallejo que la ha hecho Clayton Eshleman. Es difícil traducir, yo comprendo.

Hay un poeta que es especialista en Literatura, un escritor, que es especialista en literatura Hispanoamericana que se llama Efraín Kristal, Jefe del Departamento de Lenguas Romances en UCLA. Él, que tiene una cultura latinoamericana que todo sabe, ha descubierto que en el año 47 Joaquín Díez-Canedo, hijo, trabajaba en UNESCO y le encargó a Octavio Paz, que ya estaba en París, que hiciera una antología de poesía latinoamericana traducida al francés y, entonces, Octavio escogió a Samuel Beckett que hiciera la traducción de Vallejo y la hizo y además, Efraín Kristal ha descubierto que en el parlamento de Esperando a Godot, en el parlamento de Luky, hay una impronta de Vallejo pero definitiva de ese poema: Considerando en frío, imparcialmente,/ que el hombre es triste, tose y, sin embargo,/ se complace en su pecho colorado; (…) eso en Beckett, en el parlamento de Lucky dice: Étant donné que tal y tal cosa, Étant donné que tal y tal cosa [risas] que es puro Vallejo, tomado de Vallejo.

Y llegas a otro gran escritor peruano, Mario Vargas Llosa, por Salazar Bondy…

Te conté que me lo llevó a mi casa en el año 58 Sebastián Salazar Bondy para que hiciera un grabado porque Mario, antes de irse a Francia, había traducido unos poemas de Moro y quería publicar una plaqueta de poemas de Moro y quería que tuviera un grabado mío. Entonces lo llevó a mi casa y yo hice el grabado. Lo que pasa es que creo que fueron 25 ejemplares, yo no tengo. Seguro alguien se lo tomó prestado, pero yo no tengo. Ese fue mi primer contacto con Mario. Ahí nace una amistad que dura hasta ayer [risas].

Y ¿Vargas Llosa trabó amistad con algunos poetas?

Moro. Mario conocía a Eielson bastante, pero no era amigo. A Sologuren bastante, era más amigo de Sologuren. A Carlos Germán Belli lo admiraba pero era un amigo distante, era un admirador de Belli. Con Sebastián Salazar Bondy era muy amigo. Con Westphalen, con Blanca, escribió un texto precioso sobre Blanca. De Arguedas era muy amigo y Mario ha escrito un libro buenísimo sobre Arguedas, La utopía arcaica. Eran muy amigos y Mario escribió mucho sobre Arguedas, pero ese libro es muy importante porque aclara el indigenismo de Arguedas y el indigenismo de Julia Codesido, que son dos cosas completamente diferentes. El indigenismo de Arguedas es universal.

Así como la amistad entre Vargas Llosa y Arguedas, está otra amistad entre polos un tanto opuestos el mismo Arguedas y Westphalen…

Antípodas, pero [Arguedas] con Moro también era muy amigo, con Westphalen, con Mario. Arguedas era una persona extraordinaria porque era un indio que tenía una capacidad mental, una capacidad sentimental. Tenía una sensibilidad diferente a la nuestra, una manera de sentir diferente. Él era quechua pero no sanguíneamente sino culturalmente, que es la única manera de ser. Yo de polaco tengo cincuenta por ciento de la sangre, sin embargo, de polaco no tengo nada. Todo es cultural.

¿Hubo alguna relación de este grupo con Martín Adán?

De Mario [Vargas Llosa] no. Westphalen era muy amigo. O sea, las dos únicas veces que publicó después de La casa de cartón y del libro de poemas que hizo y que tenía ilustraciones de Grau, Travesía de extramares (sonetos a Chopin), la única vez que publicó fuera de esos libros de poemas fue en Las moradas, en donde publicó «Aloysius Acker», un fragmento, y en Amaru la otra revista de Emilio [Westphalen]. Era muy amigo de Emilio, lo quería mucho. Yo conocía poco [a Adán]. Era muy bohemio, siempre estaba con tragos y yo no frecuentaba la librería Mejía Baca y allí era donde él siempre estaba.

¿Cuál es el principal legado de los artistas de la Generación del 50 al país?

Fue una generación de ruptura, de abrir el arte peruano al mundo pero, lo más importante, de incorporar el pasado y las culturas precolombinas a nuestro arte y que ello salga al mundo.

Creo que la Generación del 50 produjo la mejor poesía de grupo que se ha producido en el Perú. Era un grupo extraordinario de poetas: Eielson, Belli, Sologuren, Blanca Varela, Sebastián [Salazar Bondy], Paco Bendezú, Washington Delgado, es una generación riquísima. Y en el otro aspecto político de poesía, Alejandro Valle es el único representante del realismo socialista que hay aquí. Creo que fue una generación brillante, que cambió el ambiente cultural en Lima totalmente. Ponen al día al Perú, pero hacen que ingrese el arte precolombino al mundo, son un feedback, como se dice en inglés, sin duda.

¿Cuánto le debe esa generación a autores anteriores?

¡Ah, mucho! A Eguren, Westphalen, Moro, a Vallejo, le deben mucho. A Oquendo de Amat, claro. Valdelomar es una persona que estaba lejos de nosotros, curiosamente. Pero a mí me sorprendió que la última vez que estuvo en Lima Neruda me recitó un poema de Valdelomar [risas], «Tristitia», sí, se lo sabía de memoria. Pero era otra poesía pues. A Eguren, sí pero, curiosamente la generación del 50 no es vallejiana.

Eielson no tenía particular afición a Vallejo ni Sologuren. Sebastián [Salazar Bondy] sí, pero Eielson, Sologuren no eran vallejianos. El texto de Eielson sobre Vallejo en la antología que ahora han republicado, La poesía contemporánea del Perú, no es un texto importante. No eran vallejianos es curioso, a los poetas no les gusta Vallejo [risas].

Siempre tuve, tengo la impresión, que Octavio Paz prefería a Neruda que a Vallejo, sí. Claro que Neruda es un gran poeta, Neruda en Residencia en la tierra es un gran poeta, pero siempre tuve la impresión de que prefería Neruda a Vallejo.

Carlos Martínez Rivas, el poeta nicaragüense, decía que después de que se murió Rilke el poeta más importante vivo que había era Vallejo y, con el tiempo, creo que esa va a ser la sensación porque es poesía poesía, no hay retórica.

¿Cuáles eran los referentes europeos en poesía de la Generación del 50?

Bueno al comienzo era Rilke para Jorge Eielson. Rilke estaba por supuesto clavado. Leían Reverdy, Breton. Eran más franceses que alemanes o ingleses. Eran grandes lectores de Eliot.

Sé que vienes formando tu biblioteca desde que tenías 20 años. La mayor cantidad son de literatura y pintura. Es imposible explicar tu plástica sin la literatura. ¿Qué autores consideras que podrían definir en palabras o han influido en tu desarrollo como artista plástico?

¡Ah, sin duda! Es difícil porque mi autor favorito, mi escritor favorito, es Proust. Hice unos cuadros cuando hacía pintura cubista picassiana al comienzo, en el año 47, que querían ser retratos de Gilberta, pero la poesía que me ha nutrido seguramente ha sido tanta, tanta.

Hay series de pintura que he usado para mis cuadros, por ejemplo, he hecho una serie sobre Abolición de la muerte de Westphalen, claro que no tiene ninguna relación con los poemas [risas]. De Abolición de la muerte he pintado como 30 cuadros. De Anabasis de Saint-John Perse he pintado como 20. De El innombrable de Beckett he pintado también un montón de cuadros, 20 por lo menos. Del Apu Inca Atawallpaman, un poema quechua sobre la muerte de Atahualpa, también pinté muchos cuadros. Siempre he pintado vinculado a la poesía. También a Enrique Molina, que es un poeta que era muy amigo y que quiero mucho, un poeta surrealista argentino, muerto hace unos años.

Entonces, ¿hay un paralelismo entre tus preferencias poéticas o literarias y tu pintura?

Sin duda. Es una memoria. Vuelvo al cuadro, al texto, leo. Rilke también ha sido una figura importante. He hecho una serie de cuadros que se llaman Duino, por las Elegías de Duino, sobre todo por la tercera elegía, la de los ángeles. Todo ángel es terrible… Sí, he hecho muchos, muchos cuadros sobre poesía.

Biodata

Fernando de Szyszlo. Lima – Perú, 1925. Artista plástico.

Mas información y otros artículos vinculados a la poesía latinoamericana, ver: www.transtierros.com


Escrito por

Mario Pera

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Ruido Blanco

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