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Tras los pasos del elefante

Una entrevista a Diego Sánchez Barrueto

Publicado: 2014-01-08

Por: Mario Pera


Hay pocas influencias literarias que dejan en el lector una huella tan profunda, que es casi imposible no pasar de la sola admiración para tomar de aquel influjo una manera de ver el mundo y de entender la vida. Uno de esos casos es el del poeta peruano Diego Sánchez Barrueto quien, por motivos familiares y personales, se vinculó a la poesía oriental desde muy joven, circunscribiendo gran parte de su obra poética dentro de las formas y estructuras de la poesía japonesa y china y, en general, asimilando para sí como persona lo mejor de la cultura japonesa.

Su poesía reúne elementos de expresión un tanto ajenos a las estructuras de la poesía peruana contemporánea, aunque es cierto que poetas como Javier Sologuren o Alberto Guillén y, entre los coetáneos, Diego Molina Rey de Castro se han vinculado a las formas poéticas asiáticas, en predominancia las más conocidas como el haiku y el tanka.

El poeta ha logrado entregarnos textos con grandes momentos líricos, haciendo de la admiración ante la naturaleza y el ser humano y de la reflexión en torno a estos temas el rasgo esencial de una poesía en la que, en virtud al uso preciso del lenguaje, el silencio nos logra decir tanto como la palabra escrita. Ello se evidencia, por ejemplo, en el poemario Por el pequeño sendero interior de Matsuo Basho (2009), en el que se sirve de la figura del gran poeta japonés Basho y de la travesía (utilizando la estructura del diario de viaje, en la poesía japonesa el hai-bun) como elementos que le permiten descubrir y describir, al estilo oriental, ciertas verdades de la vida.

Sánchez Barrueto estudió literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, lugar en el que en conjunto con otros compañeros de aulas formó, a inicios de la década del 2000, el grupo Sociedad Elefante para la difusión de la literatura en el país. Actualmente, se desempeña como profesor de literatura y tutor en el colegio Los Reyes Rojos, no desvinculándose del quehacer literario nacional y aplicando sus conocimientos en la enseñanza.

El pasado 2013, Sánchez ganó el VIII Concurso Nacional de Poesía de la Asociación Peruano Japonesa - Premio José Watanabe Varas, en decisión unánime y por el poemario Se inicia un camino sin saberlo, un conjunto de poemas en los que vuelve a hacer suya la estética japonesa, esta vez tomando la estructura del sho-waka (diálogo poético) como referente y, una vez más, a su hijo Mitsuya como personaje fundamental para desarrollar una poética que halló su inicio hace doce años, en 2002, con la publicación del poemario Mitsuya Nicolás y otros poemas.


1. Diego, naciste en una casa en la que se respira poesía. Sin duda, es por tu padre, el poeta Enrique Sánchez Hernani, que la lectura y escritura de la poesía se hizo parte sustancial de tu vida desde muy niño. ¿Qué recuerdas de esos primeros acercamientos a la poesía como lectura y con los poetas como protagonistas ligados a tu crecimiento? ¿Qué tanto debes tu vocación poética a esta circunstancia?

Bueno, ni por herencia genética, ni por hábitos adquiridos en la infancia, uno continúa la senda ofrecida por los padres. En mi caso, en casa, mis hermanos se dedicaron a la música y a la arquitectura, respectivamente, y ninguno a la poesía. Lo mío, claro, tuvo mucho de influencia, pero diversas circunstancias vivenciales ajenas a la casa paterna también me llevaron a la poesía. Incluso, el haber aprendido tarde a leer y escribir (sí, horror, en una casa llena de libros) me hizo más dependiente del disfrute que genera la literatura. 

Pero sí, cuando en mi última adolescencia compartí variados temas de conversación con mi padre, incluso con sus amigos —poetas que antes eran mis tíos y luego pasaron a ser mis amigos (como Luis La Hoz, Aida Alonso, Edgar O´Hara, Óscar Aragón y muchos otros)―, encontré una impensable fascinación por la lírica que no se descubre en los libros: la pulsión poética, el vivir y sobrevivir en poesía.

2. La gran mayoría de poetas y narradores no han estudiado literatura como profesión. ¿Qué te impulsó a estudiar literatura?

Decidí muy joven estudiar literatura —en cuarto de secundaria― porque tenía la secreta ambición de «conocer más sobre libros y autores», y no por querer ser un escritor propiamente. 

Así, como mi padre fue a San Marcos, en casa me alentaron a prepararme para esa casa de estudios. Pocos meses antes de dar mi examen de ingreso, mi vocación tomó un giro inesperado: había descubierto el placer por escribir y, de manera casi proporcional, el gusto porque mis amigos me leyeran y pudieran conversar conmigo sobre todas esas obviedades de las que uno es capaz de contar cuando tiene 16 años. Entonces, reafirmada mi vocación por la poesía afilé mis energías y me enrumbé en cuerpo y alma a estudiar Literatura: fue, quizás, el más grande error que he cometido y que me ha llevado a alcanzar muchos aciertos de manera indirecta; y es que lo que ofrece la escuela es preparación para ejercer el estudio y la crítica especializada de obras literarias y no ―aquí debería utilizar mayúsculas―, NO, de ninguna manera, para convertirse en escritor.

De este magnífico desacierto rescato el acercamiento a la tradición poética peruana, la autocrítica perseverante y las muchas amistades que conseguí: las personas que tuve oportunidad de conocer en San Marcos, a las que he querido y quiero todavía, me han enseñado mucho más del oficio de escritor que lo cursado en las aulas. De este error, cabe resaltar, nace Sociedad Elefante, un proyecto que me haría tomar en serio la carrera literaria que había decidido seguir.

3. ¿Cómo y con qué intención se creó el grupo literario Sociedad Elefante en la Universidad de San Marcos, del que fuiste fundador y parte?

Sociedad Elefante fue un grupo de entusiastas estudiantes de literatura que no encontrábamos un lugar en la currícula que nos brindara la cercanía y la dedicación común hacia la creación literaria tal y como esperábamos. Fue así que al juntarnos, como una cofradía, intercambiábamos textos, leíamos y criticábamos nuestro trabajo, si bien con gran disciplina, también con la paciencia y el cuidado que permite la buena voluntad. 

De este taller poético (recuerdo que nos juntábamos oficialmente un día a la semana para conversar exclusivamente sobre nuestro trabajo) empezamos a perfilar una cantidad bastante generosa de textos que no sabíamos cómo hacer públicos. Entonces, con ese afán con que trabajábamos, decidimos publicarnos nosotros mismos en un juego de plaquetas que, publicaríamos puntual y religiosamente cada dos meses durante un año y pico.

Financiábamos las plaquetas con nuestros pequeños ahorros y las regalábamos a quienes amablemente prestaban un poco de su tiempo para leer nuestras primeras aspiraciones poéticas. De este «movimiento», que además fue acompañado por una heterogénea oleada de agrupaciones poéticas que bulleron en diferentes universidades por esos años (del 2000 al 2002, aproximadamente) guardo los mejores recuerdos.

Esos años estuvieron marcados no solo por las interminables charlas de poesía entre amigos y las modestas publicaciones, sino también por los recitales, las presentaciones, las visitas a otras universidades y el contacto con diversos poetas que en ese tiempo también compartían esa pasión por querer hacer oír sus voces. Pero, sobre todo, valoro de S. E. a todos sus integrantes, grandes amigos míos y hermanos para toda la vida: Miguel Ángel Sanz Chung, José Agustín Haya de la Torre, Luis Valladares Hernández, Moisés Sánchez Franco y Romy Sordómez.

Felizmente, la mayoría de ellos logró concretar una carrera literaria decidida y, también, hallar una estética propia frente a lo que la mayoría de veces trae el medio literario en donde vivimos. Fueron años maravillosos, por cierto.

4. En esos años de efervescencia literaria publicaste Mitsuya Nicolás y otros poemas (2002), poemario íntimo en el que exploras en tus primeras experiencias como padre (tu hijo había nacido hacía poco) y en tus relaciones familiares. ¿Qué motivó la publicación de este libro y, hasta qué punto, delineó lo que viene siendo tu poética?

Mitsuya Nicolás, mi hijo, nace en diciembre de 2000; justo unos meses antes, Miguel Ángel Sanz, José Agustín Haya de la Torre y yo, habíamos conformado la primera junta de S. E. Así, desde el inicio, mi poesía y mi hijo fueron muy cercanos. Y como no pudo ser de otro modo, las inquietudes y desazones que experimenté durante esa época se me presentaron como temas complicados que solo podía catalizar por medio de la poesía. Pero junto a estos sentimientos confusos por ser padre tempranamente también llegó el furor, la alegría y el amor, elementos que terminaron por redondear una buena cantidad de poemas que celebraban mi paternidad y me animan en una exigencia constante para superarme como tal. 

Mitsuya Nicolás y otros poemas es mi primer intento de esbozar un libro (no puedo permitirme decir que fue mi primer libro, porque no fue engendrado para serlo) y encierra textos que me nacieron de las vísceras, como se dice, pero en los cuales se va gestando mi fascinación por la poesía más contemplativa e íntima, a la vez que me llevaron a interesarme más todavía por la cultura japonesa y su tradición poética.

5. Tu vínculo con las culturas orientales, la japonesa esencialmente, es bastante fuerte, siendo tu hijo nieto de japoneses. Tu relación con la poesía oriental (china, japonesa) no sólo es parte de tu bagaje poético, sino que se expresa y es parte fundamental de tu poesía. ¿Qué has encontrado en la poesía oriental te llevó a asimilarla como canalizador de tu expresión poética?

Muy cierto, la conexión que tengo con la familia de mi hijo me permitió iniciarme en el gusto y la investigación de la cultura japonesa. Ese amor fue afianzándose con mi propia experiencia como lector que conecta con, sobre todo, los poetas hai-jin como Matsuo Basho o Kobayashi Issa, entre otros; particularmente con la obra de Basho y sus «hai-bun», bitácoras de viaje y de reflexión poética. También con libros de la dinastía Heian ―época hermosa de rivalidades entre damas escritoras cortesanas―, como Murasaki Shikibu con su espectacular novela Genji monogatari o Sei Shonagon con su Makura no Soshi o Libro de la almohada. 

De este periodo también, mantengo un encanto casi obsesivo por los «tankas» o «wakas», antiguas formas poéticas cortesanas anteriores al haiku, en las que destacan autores como Ki no Tsurayuki y Ono no Komachi, poetas que, al servicio del Emperador, armaron la primera colección de poesía japonesa que se conoce: el Kokin-shu.

Más recientemente, he descubierto el «sho-waka», un diálogo casi epistolar a través de poemas que en especial desarrollaron Ryokan y su discípula Teishin. En todas estas expresiones he encontrado un cuidado gusto por lo mínimo y por dar cabida siempre al deslumbramiento, ya sea frente a lo maravilloso de la vida o en la simpleza de la cotidianidad: la certeza de que en todo se puede encontrar poesía.

De igual manera me fascina ―porque ambas tradiciones tienen millones de lazos― la poesía clásica china de la dinastía Tang: leer a Li Po, Tu Fu o Wang Wei es extraordinario. De esta vertiente, que funciona muchas veces de molde a la poesía japonesa, destaco las deliciosas descripciones geográficas y la manera sutil de transferir a la naturaleza los más bellos sentimientos humanos.

6. En 2009 publicaste Por el pequeño sendero interior de Matsuo Basho, evidentemente ligado al gran poeta japonés. ¿Hasta qué punto la poesía sirve no sólo como medio de expresión artística sino, además, como un medio para instruir o aleccionar a los lectores?

Este libro nació como un ejercicio estilístico que imitaba la técnica del hai-bun o diario de viaje, y que juega metatextualmente con la figura del vate japonés. Si bien en el proyecto imposté la voz para jugar «a manera de espejo» con la voz de Basho, la necesidad de hacer verosímil la historia que narra el supuesto primer viaje del poeta en la isla de Honshu (la principal del archipiélago japonés) es en verdad un juego que hace referencia al único libro traducido al castellano de Basho: Oku no Hosomichi (traducido por Octavio Paz y Eikichi Hayashiya bajo el título de Sendas de Oku).  

Si bien el principal motivo era representar el sentir del poeta en la ruta de su búsqueda personal, esa representación tenía ya mucho de sabiduría y un aliento parabólico, que sí deja percibir un espíritu aleccionador, aunque no tiene un fin didáctico como lo proponen algunas vertientes occidentales de poesía y narrativa. El objetivo fue ser consecuente con el tono reflexivo y emotivo de la escritura de Basho, el didactismo no era mi finalidad pero, quizá, es algo que se enlaza naturalmente a lo anterior.

7. Eres profesor en el colegio Los Reyes Rojos, en el que, además, estudiaste. Un colegio en el que, por Constantino Carvallo, el arte es promovido de manera singular entre otros aspectos de la enseñanza. ¿Cómo se enseña al alumnado la literatura, la poesía en especial? Sabiendo que no todos tienen interés por esta y, menos aún, por la poesía.

Estudié en Los Reyes Rojos toda mi escolaridad, así como mis hermanos y, ahora, mi hijo y sobrinas. Mi vínculo con esta escuela no solo es laboral, es completamente espiritual. Mi compromiso como maestro me vuelve un admirador de la obra que dejara Constantino, no solo por el valor que esta da a la educación en el país, sino porque formo parte de su construcción. 

De esta manera, mi relación con Los Reyes Rojos es subjetiva completamente. Desde mis años escolares, existe en los cursos gran vigor por despertar en los chicos el interés por el arte en todas sus manifestaciones; sin embargo sería correcto aclarar que no es ni ha sido objetivo de la escuela, ni de su currícula, el formar artistas. La relación con la plástica, la música y la literatura, sobre todo, es un juego noble que propone despertar en los niños pasiones que los lleven a perseverar en la búsqueda de su felicidad personal, dándoles el espacio suficiente para que vuelquen en estas manifestaciones su propia visión de la vida, y también, el calibre de sus miedos y frustraciones. Por lo menos, esa es la intención, claro, porque los responsables de la educación dejamos todo en la cancha para que los alumnos se sientan protegidos y alentados en sus propias decisiones.

En ese sentido, gracias a la formación que recibí en mis primeros años, me sentí muy seguro para emprender este camino, que si bien fue natural en mí, trajo más de una dificultad o, en más de una oportunidad, algún desaliento. La perseverancia y el esfuerzo son parte vital de la propuesta educativa de Los Reyes Rojos y su valoración, lo más importante de su estructura evaluativa.

Ahora, cuando me toca asumir un aula para impartir el curso de Literatura, la mayoría de temas trabajados se plantean para la construcción del gusto por la literatura, a partir de la escritura creativa. Y como el curso es independiente del área de comunicación y el de plan lector, el manejo de autores, géneros, tendencias, movimientos y otras cualidades del desarrollo histórico de la literatura, es más provechoso y permite mejor la producción y escritura. Claro, eso significa mucho más trabajo para el maestro, pero vale completamente la pena.

8. Acabas de ganar el VIII Concurso Nacional de Poesía José Watanabe Varas 2013, que otorga la Asociación Peruano Japonesa por tu libro Se inicia un camino sin saberlo. Por ser el primer premio de poesía que ganas, por estar vinculado familiarmente a la cultura nipona y por enmarcar tu poesía en esa tradición literaria, ¿qué significa este premio para ti y para tu poesía?

Es la primera vez que participo en un concurso. Quizás, lo que más me animó fue que este premio es promovido por la Asociación Peruano Japonesa, a la que estoy muy ligado porque participo en muchas de sus actividades. En ese contexto, me sentía muy a gusto de intervenir, con ánimo victorioso, claro ―sino para qué participar en concursos―, pero principalmente satisfecho por el trabajo realizado en el libro. 

Aunque suene superficial, el premio significa mucho para mí no solo por la retribución económica o por la publicación y promoción del libro ganador, sino porque lo siento como una celebración muy significativa para mi hijo y su familia materna. Para ellos van también los laureles.

9. ¿Qué nos puedes contar del poemario ganador, Se inicia un camino sin saberlo? ¿La tradición poética asiática sigue siendo parte importante en tu obra?

Lo sigue siendo. Me aventuré por trabajar estilísticamente ese género japonés llamado sho-waka (los diálogos poéticos que ya he mencionado) que conocí gracias al libro El rocío del loto. A partir de esta lectura y gracias a un ejercicio continuo durante todo el año 2013 en donde escribí tanto tankas como haikus ―utilizando mi celular de agenda y bloc de notas― fue armándoseSe inicia un camino sin saberlo

La idea del poemario es representar una intensa conversación entre un maestro y su joven aprendiz que, durante cuatro estaciones, trata de representar el continuo deslumbramiento que les genera a ambos la poesía y la vida misma. El maestro es un ser anónimo, que trata de inculcar a su joven discípulo la reflexión y el gusto por las cosas sencillas. El muchacho, que toma el nombre de Mitsuya (claro, el primer nombre de mi hijo) desde un principio capta el esfuerzo de su maestro y supera las expectativas albergadas en el viejo.

El libro termina con un descubrimiento personal del maestro, que tiene mucho que ver con el camino que ha decido tomar su aprendiz. Es un poemario mucho más personal que Por el pequeño sendero interior de Matsuo Basho, en donde me siento completamente reconocido y conectado, sin dejar de mencionar que en Por el pequeño sendero… fue un trabajo que me llevó a encontrarme en otra voz, con la que, en realidad, mi voz coincidía.

10. Diego, ¿qué se viene ahora? ¿Estás trabajando en un nuevo proyecto?
No suelo concebir anticipadamente la construcción de un libro. Esto suele llegar como de improviso, de manera fantasmal cuando las constelaciones están perfectamente alineadas; por lo pronto no veo ningún atisbo de ello. Tengo muchos poemas sueltos que me gustaría agrupar, pero todavía no tengo muy clara la idea de cómo hacerlo. Eso sí, estas vacaciones las dedicaré a avanzar la escritura de unos artículos sobre mi experiencia con la literatura japonesa y sobre lo nikkei en la literatura peruana. Es un proyecto amplio y tengo muchas ideas en el tintero sobre los vínculos esenciales entre las culturas latinoamericanas y las orientales, que me gustaría investigar y plasmar más profundamente.
Biodata
Diego Alonso Sánchez Barrueto. Lima - Perú, 1981. Publicaciones en poesía: Mitsuya Nicolás y otros poemas (2002) y Por el pequeño sendero interior de Matsuo Basho (2009).

Escrito por

Mario Pera

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Publicado en

Ruido Blanco

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