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MÁS ALLÁ DEL POEMA: UNA ENTREVISTA A CARLOS GERMÁN BELLI

Publicado: 2013-08-24

Entrevista: Mario Pera

 Foto: Bruno Pólack



Me recibió en su casa, flanqueado por un auto de la década del sesenta sobre el que más tarde me comentó: «Es el único que he tenido». Así fue como conocí al poeta Carlos Germán Belli. Su trato fue cordial y sencillo, muy lejano del halo místico que supuestamente rodea a los poetas de su nivel, lo que me hizo sentir como si retomáramos una vieja amistad. Tal vez, una conversación pospuesta algunos años antes. No obstante, el poeta es tímido, aunque se da ocasión para hacer una que otra broma.

En la sala nos acompañaban varias fotos de su esposa, hijas y nietos, así como una caricatura en acuarela del poeta, quizá pintado por un viejo amigo. En el ínterin, pude observar la evidente devoción del poeta por su familia y recordé que, precisamente, una de sus últimas publicaciones, Los dioses domésticos y otras páginas (2012), gira en torno al recuerdo de sus antepasados y la sentida pérdida de su hija en un trágico accidente. Sin duda, un golpe duro para cualquiera y que, en un poeta como él, no pudo hallar desfogue sino en forma de poema.

Entrevistar a quien es uno de los poetas más reconocidos del medio no es tarea fácil. Belli ha sido testigo y partícipe del derrotero de la poética nacional desde hace más de medio siglo, cuando publicó en 1958 su primer poemario al que tituló sencillamente Poemas. Una veintena de libros, entre poemarios y antologías, le han seguido a esa primera publicación.

Al hablar con Carlos Germán, como le gusta que lo llamen, uno escucha mencionar de modo coloquial los nombres de algunos de los mejores escritores y artistas que dio a nuestro país la denominada Generación del 50, y de antes. Escucho historias sobre Mario Vargas Llosa, Fernando de Szyslo, Javier Sologuren, Martín Adán, César Moro o Emilio Adolfo Westphalen, entre otros, con muchos de los cuales compartió más de una presentación y lectura.

Belli se convirtió, así también, en un puente que me acercó a los grandes poetas nacionales desde la vida cotidiana. Y de modo inevitable las preguntas que anoté en la previa se diluyeron en las múltiples ramas por las que derivó, en forma espontánea, la conversación, hasta que casi a la fuerza tuve que obligarme a volver a la pauta de la entrevista.

Algunos hombres nacen con un destino particular, pensé cuando Belli mencionó: «Quería irme temprano a París, a Nueva York, como otros escritores amigos, pero no podía por las circunstancias familiares». Me habló entonces de su hermano Alfonso, a quien recuerda con cariño y pena por su invalidez, y de los primeros años de su vida en el barrio de Santa Beatriz. Me contó que nunca fue un tipo licencioso. Por el contrario, nunca descuidó su trabajo en la administración pública y en la Universidad San Marcos para dedicarse exclusivamente a la poesía, sino que a esta le dedicaba gran parte de su tiempo libre, hasta que tuvo que jubilarse y quedó libre para entregarse por completo a ella.

Cuando llegué a su casa, el reloj marcaba a las 9:30 de la mañana. Poco más de dos horas después, aún continuábamos conversando. Nada mal para un hombre que, por lo general, se mostraba discreto y reservado, pensé. Al terminar el encuentro y despedirnos, sonó el timbre. Era un joven poeta quien acudía donde él para conversar y entregarle un manuscrito. En aquel momento tuve una certeza: eso te da la poesía. Tener 85 años y seguir siendo visitado, no sólo por familiares sino también, y quizá más, por escritores de todas las edades en búsqueda de una anécdota, un consejo o exclusivamente para conocerlo. Eso te da la poesía.

Aquí la entrevista.


Carlos, comenzaste a publicar poemarios a una edad (31 años) que muchos considerarían tardía. Es cierto que no existe una edad para empezar a publicar, pero ¿ello se debió a que para publicar preferiste esperar a madurar tu expresión como poeta, las formas, o fue un hecho meramente circunstancial?

Sí. Yo creo que circunstancial y, en particular, por la duda mía, duda personal, frente al quehacer literario. Y en esa coyuntura creo que primaban las objeciones de mis padres a que asumiera ese quehacer literario en forma plena, como quería yo.

Entonces, eso implicó una demora y, finalmente, que publique a los 31 años. No es por ningún motivo artístico o un factor o motivo estético de cuidar el estilo, sino por circunstancias del entorno familiar.

Siendo parte de la Generación del 50, ¿cómo puedes explicar la altísima calidad en la obra poética de la mayoría de miembros de aquella generación? Ustedes se nutrieron de autores peruanos trascendentales como Vallejo, Adán, Eguren, etcétera, y, lo más importante, valoró la obra de estos. ¿Crees que ello está vinculado al gran nivel de los poetas y escritores en general de tu generación?

Creo que debe ser el respeto que hemos tenido a nuestros antecesores inmediatos o lejanos. No teníamos un sentido o no éramos parricidas. Hemos respetado a los fundadores, a Vallejo, Eguren y a los que vinieron después como Adán, Westphalen, Moro, Oquendo.

En esa eclosión del 50, otro factor fue la herencia peruana, que debe haber influido y gravitado en nosotros, en esa variedad de voces del 50.

Conocí a Adán, me lo presentaron en la Biblioteca Nacional, me acuerdo; fue Ricardo Arbulú. Y tuve una amistad con Westphalen. A Moro lo conocí en forma muy curiosa, cuando estuvo hospitalizado en el Instituto del cáncer. Mi madre trabajaba allí, y por esos días yo había comprado El castillo de Grisú, Le Château de Grisou. Mi madre, que veía mis libros, se acordaba y lo atendió. Colaboró con los trámites administrativos para la hospitalización de Moro, a quien no se sabía si lo iban a inscribir como Moro o como Quíspez Asín, y hubo un pequeño impasse.

Westphalen como persona era callado, de pocos amigos, sumamente callado. A mí me impresionó porque me parecía una especie de sacerdote.

Trabajaste por muchos años como funcionario público, luego como catedrático universitario, con horarios estrictos y una rutina de vida que podríamos catalogar como «casi religiosa», algo muy extraño en los poetas. ¿Hasta qué punto crees que ello ha contribuido con tu obra? ¿El respetar una rutina facilitó tu creación, quizá, por tu propio carácter?

Seguramente, y eso es cierto. He tenido en mente esa disciplina de los narradores coetáneos de acá, de Vargas Llosa, lo cual nunca he podido cumplir. Ha sido un ideal latente siempre. Pero mi vida ha sido muy complicada en la lucha por el pan cotidiano. He tenido que trabajar en dos sitios a la vez, en dos centros de trabajo.

Sin darme cuenta me he despachado, me he desenvuelto como lector de bibliotecas públicas, la Biblioteca Nacional del Perú, y frente a la página en blanco cuando podía hacerlo, robándole el tiempo a mis actividades prosaicas. De ahí quedé a la saga en las carreras administrativas o como docente también, pero, felizmente, siempre con ánimo de escribir. Le robaba tiempo a la actividad prosaica de modo sistemático.

Tu poesía, por momentos de corte bastante familiar, se impregna por una visión muy particular del ser humano, como has mencionado en otras oportunidades. La minusvalía de tu hermano te acercó muy pronto a la enfermedad, y la muerte de los seres queridos como tu hermano Alfonso, tu madre fueron circunstancias difíciles. ¿La poesía fue para ti la salida, la mejor catarsis para sobrellevar y encauzar, si no el dolor, la tristeza o desazón que te podía ocasionar esa situación familiar?

Sí, es cierto. La poesía la asumía siempre en el pasado como una catarsis, y seguramente frente a estas pérdidas entrañables ha sido para mí una liberación de mis angustias.

En los últimos años perdí a mi hija también trágicamente en un accidente de carretera, y a raíz de eso escribí algunos poemas en recuerdo de mi hija. Después, la presencia de mi hermano enfermo, cuya atención tuve que asumirla a raíz de la muerte de mi madre ya en forma plena como curador legal, incluso. Gravitó mucho en mí, en mi propio ser y en mi propio destino en realidad.

Yo quería irme temprano a París, a Nueva York, como otros escritores amigos, pero no podía por las circunstancias familiares. No sé si eso ha sido positivo en mi quehacer literario. No podría decirlo. Pero ese es el destino de cada ser humano.

Estas circunstancias me llevaban a escribir, incluso eran fuente temática. El amor familiar está muy presente siempre en mí. Ahora, el amor familiar en la poesía peruana está presente en Vallejo, incluso en Oquendo. En la poesía europea, en la poesía italiana, hay muchos poetas que cantan a la madre.

En mi caso, se ha avivado ese amor familiar por la presencia de mi hermano Alfonso, su presencia fue la más gravitante y por más tiempo.

Tu padre era diplomático, tu madre farmacéutica. Tú has sido el primer escritor en tu familia. ¿Cómo tomaron tus padres, tus amigos y familiares tus primeras publicaciones y el que ingreses al círculo poético nacional? Tengo entendido que incluso quisieron que fueras marino de guerra o abogado.

Bueno, creo que debe haber sido un pequeño cataclismo familiar. Imagínate una familia en la cual ya hay una persona enferma, discapacitada, y luego el otro hijo quiere ser escritor, cabal, total, hombre de letras total. Entonces, debe haber sido para ellos un gran problema.

Recuerdo que yo era muy joven. Tendría 16 años y estaba el colegio, segundo o tercero de media. Tenía un cuaderno con mis primeros poemas y tuve que salir a hacer una compra en el barrio. Dejé el cuaderno en un lugar visible y cuando regresé, encontré a mi madre llorando. Era ella quien había tomado el cuaderno. Había descubierto el cuaderno y leía con emoción. Mi madre era lectora de poesía, por eso se emocionó, pero a la vez se preocupaba por el destino, por mi destino.

Carlos, ¿a qué crees que se deba la gran cantidad de producción poética nacional?, ¿la gran cantidad de personas que toman el rumbo de la poesía y la alta calidad de su obra? en un país en el que existen tantas carencias.

Por una necesidad espiritual de expresarse, de asumir la tarea poética como una catarsis, como lo he hecho yo. Así debe haber muchas personas, muchos escritores jóvenes que asumen la poesía, la escritura poética, como un medio de liberación de sus penas, de sus preocupaciones. Esa es la función de catarsis que tiene la poesía.

El Perú tiene la fortuna de que aquí, en nuestro medio, hay una tradición literaria muy arraigada desde la poesía de la Colonia, desde la época del siglo XVI, XVII y se ha ido renovando generacionalmente con los poetas modernistas como González-Prada, Eguren y luego la vanguardia. Es un país tradicionalmente literario el nuestro, y eso influye de todas maneras; más que las condiciones sociales en sí, ello influye un poco más.

Actualmente, la gran mayoría de poetas jóvenes realizan sus primeras publicaciones en editoriales independientes, sellos pequeños llevados casi siempre por una o dos personas que hacen todo el trabajo. ¿Cómo era antes con las editoriales independientes además de La Rama Florida? ¿Cómo hicieron los jóvenes poetas del 50 para publicar sus primeros poemarios?

Creo que por su propio peculio. Las ediciones las costeábamos nosotros con nuestro propio peculio. Te digo cómo hice yo con mi primer libro, cómo cubrí los gastos. Pedí un préstamo bancario en mi centro de trabajo, me lo dieron y con eso fui y le pagué al señor Villanueva, que era el dueño de la imprenta, y salió mi primer libro.

Le llevé como modelo, me acuerdo, un libro de Raúl Desutua que había salido por esos días y que me gustó muchísimo, y le dije: «Hágame un libro igual a este». Y me lo hizo igual, el mismo color, el mismo tipo de papel. Pero lo hice con mi propio peculio, y creo que así debe haber funcionado en general. Evidentemente, ahora debe ser igual.

Cuando comenzaste a publicar, por la década del 50, ¿se leía más que ahora? Es decir, ¿antiguamente el público se volcaba un poco más hacia el arte y, en concreto, hacia la poesía? Siempre es idílico pensar que todo tiempo pasado, incluso en el ámbito literario, fue mejor.

Antes existían páginas culturales, suplementos culturales en los diarios donde se publicaba poesía de modo regular. O sea que había un público lector de poesía a través de los diarios y las revistas esporádicas que había en ese momento.

Había un público lector, me parece. Ahora no existe eso. Pero ahora la poesía está presente en el internet y hay un público lector masivo y mayor al que había en mi época. Se ha mantenido y ha crecido el público de poesía, curiosa y paradójicamente.

¿Consideras que es importante la reinstauración de un Premio Nacional de Poesía? ¿El restablecimiento de un premio de esas características como el que ganaron Eielson, Sologuren, Washington Delgado o tú mismo ayudaría a fortalecer aún más la tradición poética peruana?
Deben restablecer los premios nacionales que había en mi época, en diversas disciplinas. Eso debería hacerse. No está de más que haya, como antes, un premio de cultura en favor del género poético. Me parece que está bien.
Los premios, los reconocimientos, más allá de que nunca caen mal los viajes gratis, los halagos, el dinero que se recibe, ¿significan algo para la poesía, para el poeta? Tanto los que los ganan como los que no casi siempre los minimizan. ¿Hay una falsa modestia de los primeros y una envidia disfrazada en los segundos?

Creo que sí. Son importantes porque gravitan, ayudan, te sientes justificado. Me parece que te da un empuje, un impulso. No voy a decir que no. Sería hipócrita decir que no, que los premios no sirven para nada, que estoy por encima de los premios. Uno espera, anhela, en el fondo el reconocimiento.

Mi poesía creo que la escribo en un sólo rumbo, pero ese rumbo no está bajo la influencia del premio o del reconocimiento, sino en una necesidad de expresarme.

Has participado en el Primer Festival Internacional de Poesía de Lima el año pasado. ¿Qué piensas en torno a la realización de este tipo de festivales?
Pienso que le hace bien a la vida cultural de nuestro país este tipo de eventos, como ocurre en Medellín, México, Rosario, Santiago. Lima está presente en este ciclo de eventos hispanoamericanos. Y eso se debe a Renato en realidad, a Renato Sandoval, al entusiasmo que él pone en la realización de estos eventos que hace que Lima esté junto a las demás ciudades hispanoamericanas presente.
Carlos, para finalizar, ¿estás trabajando algún nuevo proyecto literario? ¿Tienes algún nuevo poemario por publicarse?, quizá una nueva antología.

He publicado el año pasado un poemario inédito. Lo he publicado en España y después de eso he escrito tres poemas que están ahí, en el limbo. Espero que cuaje, que se forme un libro de eso. Pero, en realidad, escribo menos que antes, debo confesar. Quiero mantener el ánimo de que voy a escribir algunos poemas más.

Este último poemario lo he organizado. Es el único libro en el que he trabajado la estructura. El resto es como un río que fluye. En el último poemario hablo sobre mi familia, Los dioses domésticos. La primera parte es sobre la familia y la segunda sobre temas muy variados, pero ahí sí intervine en organizar el libro. A todo lo anterior la unidad se la da el tiempo, el flujo de la inspiración.

Biodata
Carlos Germán Belli. Lima – Perú, 1927. Publicaciones en poesía: Poemas (1958), Dentro & fuera (1960), ¡Oh Hada Cibernética! (1961), El pie sobre el cuello (1964), Por el monte abajo (1966), Sextinas y otros poemas (1970), En alabanza del bolo alimenticio (1979), Canciones y otros poemas (1982), Boda de la pluma y de la letra. Antología (1985), Más que señora humana (1986), El buen mudar (1987), En el restante tiempo terrenal (1990), Los talleres del tiempo: versos escogidos (1992), Acción de gracias (1992), Trechos del itinerario. Antología 1958-1997 (1998), Salve, spes! (2000), En las hospitalarias estrofas (2001), La miscelánea íntima (2003), El alternado paso de los hados (2006), Sextinas, villanela y baladas (2007) y Los dioses domésticos y otras páginas (2012), entre otros.
Publicada en la revista Transtierros: 
http://www.transtierros.com/

Escrito por

Mario Pera

Noticias literarias. Entrevistas. Desvíos y hallazgos.


Publicado en

Ruido Blanco

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